Por: José Luis Fontalvo De La Hoz
Muchas son las personas que aun en los primeros años del siglo XXI bajo el imperio de los adelantos de la ciencia y la tecnología, siguen embelesados con los posibles ocultos poderes de la hechicería. Estas personas han vivido todo el tiempo sumisas a esa cultura y no hay formas de hacerles entender la falsedad con que alimentan su espíritu y los protuberantes errores que comenten por tener una realidad mitificada de lo existente. El cosmos al que hacen parte no obedece a una realidad científica, sino es el producto de actitudes mentales que distorsionan la naturaleza de las cosas y los fenómenos. Para ellas, las cosas, objetos y hasta los animales tienen un poder oculto que determina el accionar de los hombres.
Es común oírle, al mas anciano de la familia, frases como tráigame un brujo para que diga que es lo tengo, y me cure, porque ningún médico ha podido aliviarme siquiera de los pequeños dolores, qué tal si tuviera grandes enfermedades. Esos médicos no saben nada. Los brujos sí, por tener poderes sobrenaturales. Desde niños nuestras abuelas y nuestras madres siempre nos enseñaron que los ungüentos y brebajes combinados con rezos y oraciones tienen mayores poderes que el saber de los médicos. Los brujos operan sin anestesia y sin instrumentos adecuados para ello, por no necesitarlos, ya que las intervenciones quirúrgicas las practican en las mismas residencias del paciente y ni éste ni nadie se percata de la operación, solo con el discurrir del tiempo se enteran de la cura total del enfermo por no manifestar molestia alguna como lo hacía anteriormente.
En este microcosmos de espantos y manifestaciones hechiceras todo se regula por un temor a fuerzas sobrenaturales que estarían muy dispuestas a castigar ejemplarmente a todo el que no se acoge a los dictámenes del código hechicero. El canto del gallo a media noche es un aviso premonitorio de la muerte de un ser querido, y desde esa hora no podría conciliar el sueño por no saber con precisión a cual de los familiares se había seleccionado para el viaje sin regreso. Gente con mucha pobreza a cuestas que se eximía de consumir los alimentos preparados que quedaban de un día para el otro, por la convicción de que un espíritu intrépido y enemigo pudo haber envenenado esos alimentos. En las faenas laborales no podían faltar las creencias de la protección de ciertas fuerzas superiores a miembros de las familias que se encomendaran con devoción, suplicando el otorgamiento de poderes que los hicieran más resistentes y con mayores aptitudes para el desempeño de su laboriosidad. La interpretación de los sueños era función clave para saber el futuro de las familias y tener certeza de sus fracasos y éxitos. Según con lo que se soñara, así, se configuraba la hoja de ruta de la familia, sea para un día, semana, años y por toda la vida. El tono de la luz que irradiaba el sol tenía una explicación que los llevaría a considerar la inminencia de los acontecimientos faustos e infaustos. Con solo oír el susurro que causa la brisa en las hojas de los árboles y plantas es señal de algo inesperado en el círculo familiar y todos llenos de pavor ruegan por su seguridad porque, tal vez, se avecina el final inesperado y tortuoso.
Si bien le temen a cualquier manifestación de las fuerza de la naturaleza, no por ello dejan de ser indómitos y contraventores de su propio código como de las normas instituidas por los estados. Son temerosos de los postulados hechiceros para no ser castigados y tener una vida de ultratumba gozosa, pero se contradicen por ser los más reconocidos infractores de la universalidad, al caer en la comisión de acciones que se contraponen al sentido común de cualesquier persona.
Este mundo fantasmagórico tiene su existencia no real, pero si ideal. La formalización de este tipo de mundo solo tiene su explicación a través de posturas mentales. El mundo creado por los hechiceros e idealistas solo existe en la mente. Ella es capaz de inventarse todos los parabienes, como también, los prolongados sufrimientos si no se da cabal cumplimiento al código, creado por los mismos hombres, que regiría las relaciones de los habitantes de determinada comarca, región o estado.
La creencia inveterada en hechizos, brujas y magos tiene su arraigo en la mente. Con ella podemos construir los imperios más sólidos y fuertes con inagotables riquezas y recursos que no tendrán parangón con otras civilizaciones.
Podemos acoger la tesis de Georges Duby, uno de los grandes estudiosos de la Edad Media y considerado un medievalista por excelencia, para afirmar que las brujas y las grandezas de la magia y la hechicería solo tienen su liderazgo en la mente, fuera de ella, todos los poderes irreales se precipitan irremediablemente frente a la ciencia, gladiadora del mundo.
Hoy, no podemos estar llamando a los brujos para que nos resuelvan nuestros problemas. Debemos invitar al hombre de ciencia para que nos brinde asesoría en la solución de los obstáculos comunes a la humanidad. Atrás han quedado esas épocas regidas por el oscurantismo que muchísimos perjuicios les ocasionaron a nuestros hermanos. La cultura científica debe prevalecer a la hechicera si de verdad queremos despojarnos del subdesarrollo.
Muchas son las personas que aun en los primeros años del siglo XXI bajo el imperio de los adelantos de la ciencia y la tecnología, siguen embelesados con los posibles ocultos poderes de la hechicería. Estas personas han vivido todo el tiempo sumisas a esa cultura y no hay formas de hacerles entender la falsedad con que alimentan su espíritu y los protuberantes errores que comenten por tener una realidad mitificada de lo existente. El cosmos al que hacen parte no obedece a una realidad científica, sino es el producto de actitudes mentales que distorsionan la naturaleza de las cosas y los fenómenos. Para ellas, las cosas, objetos y hasta los animales tienen un poder oculto que determina el accionar de los hombres.
Es común oírle, al mas anciano de la familia, frases como tráigame un brujo para que diga que es lo tengo, y me cure, porque ningún médico ha podido aliviarme siquiera de los pequeños dolores, qué tal si tuviera grandes enfermedades. Esos médicos no saben nada. Los brujos sí, por tener poderes sobrenaturales. Desde niños nuestras abuelas y nuestras madres siempre nos enseñaron que los ungüentos y brebajes combinados con rezos y oraciones tienen mayores poderes que el saber de los médicos. Los brujos operan sin anestesia y sin instrumentos adecuados para ello, por no necesitarlos, ya que las intervenciones quirúrgicas las practican en las mismas residencias del paciente y ni éste ni nadie se percata de la operación, solo con el discurrir del tiempo se enteran de la cura total del enfermo por no manifestar molestia alguna como lo hacía anteriormente.
En este microcosmos de espantos y manifestaciones hechiceras todo se regula por un temor a fuerzas sobrenaturales que estarían muy dispuestas a castigar ejemplarmente a todo el que no se acoge a los dictámenes del código hechicero. El canto del gallo a media noche es un aviso premonitorio de la muerte de un ser querido, y desde esa hora no podría conciliar el sueño por no saber con precisión a cual de los familiares se había seleccionado para el viaje sin regreso. Gente con mucha pobreza a cuestas que se eximía de consumir los alimentos preparados que quedaban de un día para el otro, por la convicción de que un espíritu intrépido y enemigo pudo haber envenenado esos alimentos. En las faenas laborales no podían faltar las creencias de la protección de ciertas fuerzas superiores a miembros de las familias que se encomendaran con devoción, suplicando el otorgamiento de poderes que los hicieran más resistentes y con mayores aptitudes para el desempeño de su laboriosidad. La interpretación de los sueños era función clave para saber el futuro de las familias y tener certeza de sus fracasos y éxitos. Según con lo que se soñara, así, se configuraba la hoja de ruta de la familia, sea para un día, semana, años y por toda la vida. El tono de la luz que irradiaba el sol tenía una explicación que los llevaría a considerar la inminencia de los acontecimientos faustos e infaustos. Con solo oír el susurro que causa la brisa en las hojas de los árboles y plantas es señal de algo inesperado en el círculo familiar y todos llenos de pavor ruegan por su seguridad porque, tal vez, se avecina el final inesperado y tortuoso.
Si bien le temen a cualquier manifestación de las fuerza de la naturaleza, no por ello dejan de ser indómitos y contraventores de su propio código como de las normas instituidas por los estados. Son temerosos de los postulados hechiceros para no ser castigados y tener una vida de ultratumba gozosa, pero se contradicen por ser los más reconocidos infractores de la universalidad, al caer en la comisión de acciones que se contraponen al sentido común de cualesquier persona.
Este mundo fantasmagórico tiene su existencia no real, pero si ideal. La formalización de este tipo de mundo solo tiene su explicación a través de posturas mentales. El mundo creado por los hechiceros e idealistas solo existe en la mente. Ella es capaz de inventarse todos los parabienes, como también, los prolongados sufrimientos si no se da cabal cumplimiento al código, creado por los mismos hombres, que regiría las relaciones de los habitantes de determinada comarca, región o estado.
La creencia inveterada en hechizos, brujas y magos tiene su arraigo en la mente. Con ella podemos construir los imperios más sólidos y fuertes con inagotables riquezas y recursos que no tendrán parangón con otras civilizaciones.
Podemos acoger la tesis de Georges Duby, uno de los grandes estudiosos de la Edad Media y considerado un medievalista por excelencia, para afirmar que las brujas y las grandezas de la magia y la hechicería solo tienen su liderazgo en la mente, fuera de ella, todos los poderes irreales se precipitan irremediablemente frente a la ciencia, gladiadora del mundo.
Hoy, no podemos estar llamando a los brujos para que nos resuelvan nuestros problemas. Debemos invitar al hombre de ciencia para que nos brinde asesoría en la solución de los obstáculos comunes a la humanidad. Atrás han quedado esas épocas regidas por el oscurantismo que muchísimos perjuicios les ocasionaron a nuestros hermanos. La cultura científica debe prevalecer a la hechicera si de verdad queremos despojarnos del subdesarrollo.
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