Por: Wilson Alfonso Daza Cárdenas
El tema de la necesidad de pertenecer a un grupo y el de la dimensión social del hombre han sido objeto de estudio por parte de científicos en casi todas las áreas del conocimiento. En Colombia no se ha profundizado tanto el tema, pese a que esta nación es un laboratorio inigualable en el que se podrían hacer observaciones y verificaciones que arrojarían resultados y conclusiones más certeras que las pruebas de estadísticas hechas en cualquier universidad del primer mundo. Pero la pereza mental es un problema que, como todos los demás, se irriga desde Bogotá a todas las ciudades y municipios del país.
Claro que tratar de hacer observaciones y estudios sobre el sentido de pertenencia y sobre la necesidad de hacer parte de un grupo en personas pertenecientes a las guerrillas o a los grupos paramilitares, no le cabe en la cabeza a científico alguno, y menos en las actuales circunstancias, por mucho amor que le tenga a la ciencia. Además, tampoco sería de mucha ayuda estudiar fenómenos que se encuentran en el otro extremo, como el problema que hay entre el Silvestrismo y el Piterismo, por ejemplo, dada la superficialidad de la contienda y el hecho mismo de que no constituye un problema social ni de orden público. Ni más faltaba!
Pero, en nuestro país hay fenómenos de violencia intermedios que, aunque ligados a la afinidad y a la camaradería que producen la concurrencia de preferencias y gustos, así como la coincidencia de origen étnico y geográfico, están causando una clase de violencia más dolorosa que la causada por las ideas políticas y por el narco-terrorismo, sencillamente porque no tiene justificación. Es el caso de la violencia nacida del pandillismo y de las barras bravas. Al respecto, debo aclarar que cuando me refiero al pandillismo, lo hago en alusión a los grupos juveniles que, en principio, no se organizan para cometer delitos, sino a los que tienen origen en cuadrillas de amigos, pero que terminan degenerando en bandas violentas a causa, ya sea de la necesidad de defender un vecindario por razones de orgullo, o de la de acaparar un mercado luego de que encuentran en el expendio de drogas la manera de obtener su sustento.
Los mecanismos utilizados para controlar esos tipos de violencia; los triunfos y fracasos obtenidos en la utilización de los mismos; y la juventud de los protagonistas, han puesto a la nación a reflexionar (a la fuerza) sobre el tema. Las conclusiones no están sistematizadas, no nos hagamos ilusiones. Pero son tantas y tan tristemente ciertas que bien podrían tomarse como axiomas a partir de los cuales se puede comenzar a elaborar un concepto realista sobre lo que es Colombia como sociedad. Pero ese no es el propósito de este escrito.
Lo que pretendo aquí es plantear la inquietud que me produce el saber que toda esa violencia juvenil se reduce a una mal encauzada necesidad natural: la de agruparse en pro de una hermandad que los haga sentir aceptados, útiles, importantes y fuertes. Esa es la conclusión que hay que abrazar en los pueblos pequeños y pobres como Villanueva, porque a partir de ella podemos crear mecanismos de participación que nos permitan iniciar una transformación social de la mano de la juventud y de la niñez. Es decir, con base en esa verdad comprobada hasta la saciedad por nosotros los colombianos tragedia tras tragedia, podemos fijarnos una imagen del ciudadano villanuevero que queremos formar para el futuro inmediato, e idear programas que motiven a los jóvenes a caminar unidos en pro de un proyecto que traerá beneficios para cada uno de ellos y para el Municipio.
A propósito, el pasado 29 de julio, en el programa La Noche de RCN Televisión el ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, quien es una autoridad en el tema de pedagogía ciudadana, manifestó, palabras más palabras menos, que el Estado está en la obligación de competir con las barras bravas para atraer a los jóvenes mediante el aprovechamiento de la necesidad que tienen ellos de ser aceptados y queridos por un grupo. Pues bien, de eso se trata; de aprovechar esa condición natural para beneficio de la misma juventud y de paso de toda la sociedad. El problema es que eso requiere tres cosas: a) una comprensión plena, no superficial, de la etapa de la adolescencia y, en general, de los problemas propios de la juventud; b) un líder; esto es, alguien con capacidad para congregar juventudes en torno de un plan; y c) el plan. O sea, un proyecto que los jóvenes vean atractivo y acorde con sus deseos de expresarse y de divertirse siendo útiles.
Por supuesto que ese plan o proyecto debe ser una carnada para que ellos muerdan, y de una vez le cojan el gusto, al anzuelo que los llevará hasta el escenario en el que desarrollarán una personalidad sin complejos; le tomarán amor al trabajo con calidad; y entenderán cual es la mejor manera de sacarle jugo a la creatividad. Debe ser un programa que prevea como resultado final un villanuevero creativo, trabajador, independiente y solidario.
En realidad, eso no es difícil. Los jóvenes siempre están dispuestos a participar en actividades con ese propósito. Lo difícil es contar con la voluntad de las autoridades para llevar a cabo una idea como esa. En las grandes ciudades esa vocería la toman, ad-honorem, algunos curas estudiosos y proactivos y uno que otro delincuente arrepentido. Pero también está demostrado que sin una participación seria y bien estructurada del Estado los resultados terminan siendo, no solamente nulos, sino en muchos casos contrarios a los buscados, porque la desmotivación por la falta de apoyo oficial llega a ser tan desesperante y devastadora, que termina por producir más resentimiento en los muchachos.
De modo, pues, que el aprovechar la experiencia de los que trabajan por la paz entre los jóvenes en las grandes ciudades, y aplicarla a las necesidades particulares del pacífico municipio de Villanueva, constituye un reto grande. Pero si entre los actuales funcionarios y colaboradores de la administración municipal no hay alguien del mismo tamaño de ese reto para que lo asuma, mejor es que dejen así, porque de lo contrario podría terminar siendo peor el remedio que la enfermedad.
Claro que tratar de hacer observaciones y estudios sobre el sentido de pertenencia y sobre la necesidad de hacer parte de un grupo en personas pertenecientes a las guerrillas o a los grupos paramilitares, no le cabe en la cabeza a científico alguno, y menos en las actuales circunstancias, por mucho amor que le tenga a la ciencia. Además, tampoco sería de mucha ayuda estudiar fenómenos que se encuentran en el otro extremo, como el problema que hay entre el Silvestrismo y el Piterismo, por ejemplo, dada la superficialidad de la contienda y el hecho mismo de que no constituye un problema social ni de orden público. Ni más faltaba!
Pero, en nuestro país hay fenómenos de violencia intermedios que, aunque ligados a la afinidad y a la camaradería que producen la concurrencia de preferencias y gustos, así como la coincidencia de origen étnico y geográfico, están causando una clase de violencia más dolorosa que la causada por las ideas políticas y por el narco-terrorismo, sencillamente porque no tiene justificación. Es el caso de la violencia nacida del pandillismo y de las barras bravas. Al respecto, debo aclarar que cuando me refiero al pandillismo, lo hago en alusión a los grupos juveniles que, en principio, no se organizan para cometer delitos, sino a los que tienen origen en cuadrillas de amigos, pero que terminan degenerando en bandas violentas a causa, ya sea de la necesidad de defender un vecindario por razones de orgullo, o de la de acaparar un mercado luego de que encuentran en el expendio de drogas la manera de obtener su sustento.
Los mecanismos utilizados para controlar esos tipos de violencia; los triunfos y fracasos obtenidos en la utilización de los mismos; y la juventud de los protagonistas, han puesto a la nación a reflexionar (a la fuerza) sobre el tema. Las conclusiones no están sistematizadas, no nos hagamos ilusiones. Pero son tantas y tan tristemente ciertas que bien podrían tomarse como axiomas a partir de los cuales se puede comenzar a elaborar un concepto realista sobre lo que es Colombia como sociedad. Pero ese no es el propósito de este escrito.
Lo que pretendo aquí es plantear la inquietud que me produce el saber que toda esa violencia juvenil se reduce a una mal encauzada necesidad natural: la de agruparse en pro de una hermandad que los haga sentir aceptados, útiles, importantes y fuertes. Esa es la conclusión que hay que abrazar en los pueblos pequeños y pobres como Villanueva, porque a partir de ella podemos crear mecanismos de participación que nos permitan iniciar una transformación social de la mano de la juventud y de la niñez. Es decir, con base en esa verdad comprobada hasta la saciedad por nosotros los colombianos tragedia tras tragedia, podemos fijarnos una imagen del ciudadano villanuevero que queremos formar para el futuro inmediato, e idear programas que motiven a los jóvenes a caminar unidos en pro de un proyecto que traerá beneficios para cada uno de ellos y para el Municipio.
A propósito, el pasado 29 de julio, en el programa La Noche de RCN Televisión el ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, quien es una autoridad en el tema de pedagogía ciudadana, manifestó, palabras más palabras menos, que el Estado está en la obligación de competir con las barras bravas para atraer a los jóvenes mediante el aprovechamiento de la necesidad que tienen ellos de ser aceptados y queridos por un grupo. Pues bien, de eso se trata; de aprovechar esa condición natural para beneficio de la misma juventud y de paso de toda la sociedad. El problema es que eso requiere tres cosas: a) una comprensión plena, no superficial, de la etapa de la adolescencia y, en general, de los problemas propios de la juventud; b) un líder; esto es, alguien con capacidad para congregar juventudes en torno de un plan; y c) el plan. O sea, un proyecto que los jóvenes vean atractivo y acorde con sus deseos de expresarse y de divertirse siendo útiles.
Por supuesto que ese plan o proyecto debe ser una carnada para que ellos muerdan, y de una vez le cojan el gusto, al anzuelo que los llevará hasta el escenario en el que desarrollarán una personalidad sin complejos; le tomarán amor al trabajo con calidad; y entenderán cual es la mejor manera de sacarle jugo a la creatividad. Debe ser un programa que prevea como resultado final un villanuevero creativo, trabajador, independiente y solidario.
En realidad, eso no es difícil. Los jóvenes siempre están dispuestos a participar en actividades con ese propósito. Lo difícil es contar con la voluntad de las autoridades para llevar a cabo una idea como esa. En las grandes ciudades esa vocería la toman, ad-honorem, algunos curas estudiosos y proactivos y uno que otro delincuente arrepentido. Pero también está demostrado que sin una participación seria y bien estructurada del Estado los resultados terminan siendo, no solamente nulos, sino en muchos casos contrarios a los buscados, porque la desmotivación por la falta de apoyo oficial llega a ser tan desesperante y devastadora, que termina por producir más resentimiento en los muchachos.
De modo, pues, que el aprovechar la experiencia de los que trabajan por la paz entre los jóvenes en las grandes ciudades, y aplicarla a las necesidades particulares del pacífico municipio de Villanueva, constituye un reto grande. Pero si entre los actuales funcionarios y colaboradores de la administración municipal no hay alguien del mismo tamaño de ese reto para que lo asuma, mejor es que dejen así, porque de lo contrario podría terminar siendo peor el remedio que la enfermedad.
Your blog is a gr8 one.
ResponderBorrarA cool one indeed
Shiva
CrAzYbLoG
v.CoL
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