En Villanueva es muy fácil todo ese proceso. De entrada uno tiene la sensación de que nunca se ha ido de ahí, todo es muy “familiar”, el mismo puente sobre el mismo río de escasa corriente, la calle principal torcida y estrecha ahora pavimentada y repleta de tiendas y negocios de todo tipo, el sofocante calor, los sabrosos aguaceros, la bullaranga de todos los tiempos, la misma iglesia, el mismo colegio de las monjas, el Roque de Alba y lo mejor de todo, LOS VILLANUEVEROS
Por: Imelda Daza Cotes
Por: Imelda Daza Cotes
Con mucho agrado retomo mi acostumbrada columna en este diario después de unas saludables vacaciones que disfruté en la tierra propia, refugio de mis pesadas nostalgias.
El retorno a los orígenes es un evento que compromete todos los sentimientos e inspira tal cúmulo de emociones que uno no necesita ingerir ni una gota de alcohol para embriagarse hasta el delirio. Fue lo que sentí en un delicioso recorrido por la calurosa Valledupar, la festiva Villanueva y la siempre primaveral Manaure
Aunque manaurera de nacimiento y pacífica(de La Paz) por mis ancestros Cotes me hice villanuevera de crianza porque fue ese pedregoso y bullicioso pueblo el que moldeó mi sentir, me enseñó a ser persona y fue la “nacionalidad” guajira la que me identificó siempre en Bogotá donde cursé mis estudios en una época en que a los costeños no se nos tomaba en serio en “cachaquilandia”. Esa permanente confrontación reforzó mi identidad caribe y así aprendí a sentirme orgullosamente guajira. Años más tarde y de vuelta a Valledupar, ya como economista, descubrí que la verdadera nacionalidad de los nativos de la región nos la daba el Valle de Upar donde todos somos vallenatos, nacidos en San Juan o en Mariangola, en El Molino o en Codazzi, no importa. En el exterior esas particularidades no cuentan, uno es colombiano a secas y muchas veces apenas latinoamericano. La identidad se torna difusa y a los adultos las nostalgias se nos disparan, se hace necesario regresar, así sea temporalmente, para alimentar el recuerdo y recuperar eso que se siente extraviado
En Villanueva es muy fácil todo ese proceso. De entrada uno tiene la sensación de que nunca se ha ido de ahí, todo es muy “familiar”, el mismo puente sobre el mismo río de escasa corriente, la calle principal torcida y estrecha ahora pavimentada y repleta de tiendas y negocios de todo tipo, el sofocante calor, los sabrosos aguaceros, la bullaranga de todos los tiempos, la misma iglesia, el mismo colegio de las monjas, el Roque de Alba y lo mejor de todo, LOS VILLANUEVEROS con su saludo gritón y escandaloso, acompañado de fuertes abrazos, expresión sublime del afecto y el cariño que son capaces de sentir y expresar con algarabía. Como anfitriones son incomparables y como bromistas, siniguales. Para poner apodos son ligerísimos, es parte de su afectuosidad. Más que reconfortante el reencuentro con los hermanos, sobrinos, primos, con las longevas madrinas con los viejos vecinos, más los muchos amigos y amigas que se conservan muy bien. Qué placer escuchar otra vez ese característico dialecto villanuevero desparpajado, informal, irreverente y profundamente acogedor. Tienen razón los villanueveros que se niegan a dejar su terruño. Los hay que, viviendo en Valledupar o en Riohacha, sienten nostalgias profundas. Parece exagerado pero es comprensible.
Por fortuna el Festival Cuna de Acordeones este año cambió de fecha y coincidió con mi visita. Así pude disfrutar dos noches de auténtico folclor vallenato que allí se vive con furor, con fervor, con alegría y con nostalgias infinitas. Todas las fibras de mi ser, congeladas por los fríos nórdicos, se despertaron para vibrar al son de magníficos acordeones y para llorar de emoción al escuchar la mejor voz, la de Poncho Zuleta, homenajeado junto a Poncho Cotes Jr. ambos representan las ataduras culturales entre Manaure y Villanueva
Pero el paseo por el pueblo incluía tambien el recuerdo de los familiares que ya no están porque su ciclo vital finalizó y sus restos reposan en un lugar que en Villanueva parece olvidado por todos, lo han descuidado. Los cementerios son siempre el espejo de la sociedad, el de Villanueva lamentablemente refleja una imagen que poco tiene que ver con el carácter de sus gentes acostumbradas a cultivar la memoria de sus antecesores. El campo santo está saturado en su capacidad, urge su ampliación y la iglesia debería acompañar en este empeño porque Villanueva ha sido y sigue siendo un pueblo mayoritariamente católico y aunque las almas de sus difuntos descansen en paz, los cuerpos requieren de un lugar digno para el reposo.
Señora Imelda, que escrito tan hermoso, sus lineas "despiertan el Villanuevero" como dice Jorgito. Muy cierto que nuestro lugar de reposo eterno, donde algún día nos llevarán, está descuidado.
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