Por Juan Rincón Vanegas
Hoy, comienza abril, el mes del Festival de la Leyenda Vallenata y de inmediato aparece el recuerdo de las inolvidables palabras de Consuelo Araujonoguera ‘La Cacica’, quien muy elocuentemente dijo: “Cuando comienza Abril, en medio de la dura realidad nacional, nuestros acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, compositores, verseadores y cantantes nos confirman una vez más que hay empresas grandes, pujantes, famosas y muy ricas, pero la mejor, la única empresa del espíritu que sobrevive y se mantiene pese a todo y más allá de todo, se llama Festival de la Leyenda Vallenata, ese que tiene como gran virtud una latente fuerza cultural de hondas raíces y grandes proyecciones que no podrán dejarse perecer”.
Voces de todas partes resaltan la más grande fiesta nacional y su mayor tesoro la auténtica música vallenata, que es ‘Nuestra identidad’ como lo reseña en una de sus canciones el cajero y compositor JJ Murgas, y que es la noticia positiva del mes, arrancando desde Valledupar para el mundo.
El acordeón comunicativo
“No sé que tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo escuchamos se nos arruga el sentimiento”, dijo Gabriel García Márquez, para significar las bondades emocionales que produce un buen vallenato. El único Premio Nobel de Colombia, conocedor como nadie de nuestros juglares, le expresó al mundo que su libro ‘Cien años de soledad’ era un vallenato de 350 páginas.
Excelente manera para exaltar una música que nació en los corrales de distintos caseríos de la costa Caribe colombiana, y que interpretaban con su acordeón hombres campesinos curtidos por el sol y las labores propias de su entorno, y cuyo descanso era divulgar los mensajes de la cotidianidad.
Así nació el vallenato, que con el correr de los años fue creciendo hasta llegar a conquistar el Premio Grammy Latino, aunque para llegar a este sitial de honor fue necesario que nuestros juglares salieran de sus pueblos para dar a conocer sus mensajes cantados que tenían la esencia misma de la boñiga, la tierra mojada, el tinto mañanero y un sentimiento puro, ese que nace del alma y tiene agradable sabor a cielo.
Exactamente era la poesía campesina que mezclada con un acordeón, una caja y una guacharaca, hacía posible la diversificación de cuatro hermosos aires que tienen como particularidad distintas velocidades, partiendo de la lenta hasta llegar a la más veloz. Ya lo dijo Ovidio Granados, padre de los Reyes Vallenatos Hugo Carlos y Juan José y hermano de Almes, que “los aires vallenatos son cuatro hijos con distintos caracteres: joviales, alegres y acelerados”.
La mejor forma de saberlo es cuando el acordeonero pone sus dedos a cabalgar en el teclado de su bendito instrumento, y salen las notas precisas que hacen sonar paseos, merengues, sones y puyas. Son cuatro hermanos que hacen posible que el folclor vallenato tenga identidad, y que sus juglares y artistas hayan adquirido renombre gracias a esas preciosas obras.
Quién no tiene presente al primer “arquitecto - compositor” que le prometió a su hija construirle una casa en el aire para que viviera bonito en las nubes con los angelitos; o cuando dos hombres curtidos por penas y alegrías se trenzaron en un duelo de versos para decirse verdades hasta que se acabara la vaina; en fin, son tantas las historias cantadas que podemos remitirnos hasta llegar a un negro de ébano que se dio el lujo de comunicarle al mundo que en un pedazo de acordeón tenía pegada su alma. Quizá falte también traer el pensamiento del poeta ciego del vallenato, que en un verso hizo caminar a su amada Matildelina, para que se efectuara un milagro y una porción de tierra sonriera.
Las historias de las canciones vallenatas tienen el encanto propio de las cosas que nacen benditas, y con el paso del tiempo se van expandiendo como el bostezo, de boca en boca.
Además de lo anterior, hay que recordar la leyenda de Francisco El Hombre, quien se enfrentó con el diablo en un memorable duelo musical. Después de varias horas tocando el acordeón, de lado y lado, y viendo Francisco la sagacidad del diablo, optó por tocarle el credo al revés, asunto que inclinó la balanza a su favor.
Todo este recuento era preciso hacerlo, porque después de ser conocidos en la provincia diversos acordeoneros y compositores vino un acontecimiento que les cambió la vida a estos hombres que se dedicaban a producir música esencialmente para alegrar a los amigos y a las mujeres que le tocaban su corazón. Nació en Valledupar, el Festival de la Leyenda Vallenata, que con el paso de los años fue la matriz para otros eventos del mismo género.
Máxima fiesta de acordeones
Todo sucedió un mediodía del mes de febrero de 1968, cuando varias personas se dieron cita en la casona de Don Hernando Molina Céspedes, para darle forma a lo que más adelante se llamaría Festival de la Leyenda Vallenata, que sería el complemento de la fiesta patronal de Nuestra Señora del Rosario. De esta manera, el ex presidente Alfonso López Michelsen, la ex ministra de cultura Consuelo Araujonoguera y el maestro Rafael Escalona, tres grandes personajes de la vida nacional, pusieron a marchar la fiesta que coronó como primer Rey Vallenato a Alejo Durán Díaz, quien provenía de las sabanas del municipio de El Paso, Cesar. Ese negro impactó de inmediato con la canción en ritmo de puya ‘Pedazo de acordeón’.
La historia siguió su curso y el Festival de la Leyenda Vallenata se levanta victorioso y tiene la particularidad de abrir corazones, multiplicar alegrías y tener en sus acordeoneros y compositores a unos genios que se dedican a llevar correos cantados o ser simplemente periodistas musicales.
Ya lo dijo Roberto Calderón: “pa’ que leer un periódico de ayer, si buenas nuevas nos trajo el sol de hoy”. Con la información plasmada en un acordeón, una caja, una guacharaca y la voz enamorada, Alonso Fernández Oñate proclamó: “Soy vallenato de los verdaderos, de pura cepa y de corazón”.
Después de 45 años de estar dándose en Valledupar una verdadera cátedra de vallenato auténtico, todo está listo para del 26 al 30 de abril, rendirle el más grande homenaje al compositor y poeta Gustavo Gutiérrez Cabello, ese mismo que puso su alma al servicio de la música vallenata y dibujó desde su corazón las historias que hoy son noticias cantadas.
Gustavo Gutiérrez canta en Valledupar/cuando sale el sol/nada compara ese encanto/solo tu mirar divino mi amor.
Voces de todas partes resaltan la más grande fiesta nacional y su mayor tesoro la auténtica música vallenata, que es ‘Nuestra identidad’ como lo reseña en una de sus canciones el cajero y compositor JJ Murgas, y que es la noticia positiva del mes, arrancando desde Valledupar para el mundo.
El acordeón comunicativo
“No sé que tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo escuchamos se nos arruga el sentimiento”, dijo Gabriel García Márquez, para significar las bondades emocionales que produce un buen vallenato. El único Premio Nobel de Colombia, conocedor como nadie de nuestros juglares, le expresó al mundo que su libro ‘Cien años de soledad’ era un vallenato de 350 páginas.
Excelente manera para exaltar una música que nació en los corrales de distintos caseríos de la costa Caribe colombiana, y que interpretaban con su acordeón hombres campesinos curtidos por el sol y las labores propias de su entorno, y cuyo descanso era divulgar los mensajes de la cotidianidad.
Así nació el vallenato, que con el correr de los años fue creciendo hasta llegar a conquistar el Premio Grammy Latino, aunque para llegar a este sitial de honor fue necesario que nuestros juglares salieran de sus pueblos para dar a conocer sus mensajes cantados que tenían la esencia misma de la boñiga, la tierra mojada, el tinto mañanero y un sentimiento puro, ese que nace del alma y tiene agradable sabor a cielo.
Exactamente era la poesía campesina que mezclada con un acordeón, una caja y una guacharaca, hacía posible la diversificación de cuatro hermosos aires que tienen como particularidad distintas velocidades, partiendo de la lenta hasta llegar a la más veloz. Ya lo dijo Ovidio Granados, padre de los Reyes Vallenatos Hugo Carlos y Juan José y hermano de Almes, que “los aires vallenatos son cuatro hijos con distintos caracteres: joviales, alegres y acelerados”.
La mejor forma de saberlo es cuando el acordeonero pone sus dedos a cabalgar en el teclado de su bendito instrumento, y salen las notas precisas que hacen sonar paseos, merengues, sones y puyas. Son cuatro hermanos que hacen posible que el folclor vallenato tenga identidad, y que sus juglares y artistas hayan adquirido renombre gracias a esas preciosas obras.
Quién no tiene presente al primer “arquitecto - compositor” que le prometió a su hija construirle una casa en el aire para que viviera bonito en las nubes con los angelitos; o cuando dos hombres curtidos por penas y alegrías se trenzaron en un duelo de versos para decirse verdades hasta que se acabara la vaina; en fin, son tantas las historias cantadas que podemos remitirnos hasta llegar a un negro de ébano que se dio el lujo de comunicarle al mundo que en un pedazo de acordeón tenía pegada su alma. Quizá falte también traer el pensamiento del poeta ciego del vallenato, que en un verso hizo caminar a su amada Matildelina, para que se efectuara un milagro y una porción de tierra sonriera.
Las historias de las canciones vallenatas tienen el encanto propio de las cosas que nacen benditas, y con el paso del tiempo se van expandiendo como el bostezo, de boca en boca.
Además de lo anterior, hay que recordar la leyenda de Francisco El Hombre, quien se enfrentó con el diablo en un memorable duelo musical. Después de varias horas tocando el acordeón, de lado y lado, y viendo Francisco la sagacidad del diablo, optó por tocarle el credo al revés, asunto que inclinó la balanza a su favor.
Todo este recuento era preciso hacerlo, porque después de ser conocidos en la provincia diversos acordeoneros y compositores vino un acontecimiento que les cambió la vida a estos hombres que se dedicaban a producir música esencialmente para alegrar a los amigos y a las mujeres que le tocaban su corazón. Nació en Valledupar, el Festival de la Leyenda Vallenata, que con el paso de los años fue la matriz para otros eventos del mismo género.
Máxima fiesta de acordeones
Todo sucedió un mediodía del mes de febrero de 1968, cuando varias personas se dieron cita en la casona de Don Hernando Molina Céspedes, para darle forma a lo que más adelante se llamaría Festival de la Leyenda Vallenata, que sería el complemento de la fiesta patronal de Nuestra Señora del Rosario. De esta manera, el ex presidente Alfonso López Michelsen, la ex ministra de cultura Consuelo Araujonoguera y el maestro Rafael Escalona, tres grandes personajes de la vida nacional, pusieron a marchar la fiesta que coronó como primer Rey Vallenato a Alejo Durán Díaz, quien provenía de las sabanas del municipio de El Paso, Cesar. Ese negro impactó de inmediato con la canción en ritmo de puya ‘Pedazo de acordeón’.
La historia siguió su curso y el Festival de la Leyenda Vallenata se levanta victorioso y tiene la particularidad de abrir corazones, multiplicar alegrías y tener en sus acordeoneros y compositores a unos genios que se dedican a llevar correos cantados o ser simplemente periodistas musicales.
Ya lo dijo Roberto Calderón: “pa’ que leer un periódico de ayer, si buenas nuevas nos trajo el sol de hoy”. Con la información plasmada en un acordeón, una caja, una guacharaca y la voz enamorada, Alonso Fernández Oñate proclamó: “Soy vallenato de los verdaderos, de pura cepa y de corazón”.
Después de 45 años de estar dándose en Valledupar una verdadera cátedra de vallenato auténtico, todo está listo para del 26 al 30 de abril, rendirle el más grande homenaje al compositor y poeta Gustavo Gutiérrez Cabello, ese mismo que puso su alma al servicio de la música vallenata y dibujó desde su corazón las historias que hoy son noticias cantadas.
Gustavo Gutiérrez canta en Valledupar/cuando sale el sol/nada compara ese encanto/solo tu mirar divino mi amor.
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