Juan David
Uriana, bebé wayúu de un año y medio, el cual llegó hace dos meses al hospital
Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, con un cuadro de desnutrición
severa, y con ceguera en su ojo izquierdo. FOTO CORTESÍA
POR SANTIAGO CÁRDENAS H.
Con un cuadro de
desnutrición severa, totalmente hinchado y con ceguera en su ojo izquierdo
llegó Juan David Uriana, un bebé wayúu de un año y medio, hace dos meses al
hospital Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, según Spencer Martín
Rivadeneira, pediatra del precario centro de salud.
Llegó en los
brazos de una líder de la comunidad wayúu Coushathon, ubicada a unos 60
kilómetros de Riohacha. “Este caso es muy duro, porque perder un ojito por
falta de alimentos es muy triste. De hecho Juan David a pesar de que estaba muy
hinchado llegó recibiendo bien su alimentación, pues no estaba deshidratado.
Pero hay niños que llegan en condiciones peores que él, no comen por la
deshidratación”, contó Spencer.
Juan David ya se
encuentra en tratamiento, pues la pérdida de su ojo izquierdo se debió a la
falta de vitamina A. “La deficiencia de vitamina A, que está en todas las
frutas y verduras color naranja, fue la que le produjo la ceguera a Juan David.
Si la deficiencia hubiera persistido el niño se podría haber quedado totalmente
ciego”, añadió Spencer.
No es un hecho
aislado en el país. La última Encuesta Nacional de Salud se mostró que en las
costas del país, principalmente en la Costa Atlántica, los niños tienen
deficiencia en hierro y vitamina A. Y según una encuesta de 2010 del Ministerio
de Salud, la disminución crónica de los niveles de vitamina A conlleva a la
aparición de xeroftalmia (enfermedad ocular, producida por la carencia de
vitamina A, que se caracteriza por sequedad de la conjuntiva y opacidad de la córnea),
primera causa de ceguera prevenible en la niñez, anemia y susceptibilidad a las
infecciones, incrementando el riesgo de padecer enfermedades infecciosas o
incluso la muerte.
La desnutrición,
la escasez de agua, la deficiente asistencia hospitalaria, la corrupción en
algunos operadores de la estrategia Cero a Siempre del Icbf y el problema de
realizar un censo verificable hacen que la situación sea aún más grave en el
caso de La Guajira.
La realidad es
que hay niños que son enterrados en las rancherías y ni siquiera son reportados
como fallecidos. “En Coushathon han muerto cinco niños. No los han reportado
ante la Registraduría y se entierran en la comunidad. El Gobierno maneja las
cifras y nosotros también manejamos las nuestras”, cuenta Francisco Dearmas,
líder en Coushathon.
El Gobierno
afirma que en los últimos ocho años han muerto 294 niños por desnutrición y
enfermedades en La Guajira y se estima que la cifra podría elevarse a 425 niños
de haber un subregistro del Dane. Otros funcionarios como el exdirector de
Planeación de La Guajira, César Arismendy, prendieron las alarmas en 2014 al
señalar que entre 2008 y 2013 murieron 2.969 niños menores de cinco años, de
los cuales 278 muertes fueron por desnutrición y 2.691 debido a otras
patologías que se hubieran podido prevenir con servicios de salud efectivos.
Arismendy
asegura que a estas estadísticas deben sumarsele el número de muertes fetales
que en ese período fue de 1.202 casos, sumados los casos la cifra llega a 4.171
niños y niñas fallecidos.
La Defensoría
del Pueblo también denunció la muerte de 26 niños por desnutrición en 2013 y de
48 en 2014, lo que prendió más las alarmas por un incremento del 90 por ciento
de casos de un año a otro.
En todos estos
años, según estudios del Dane, la desnutrición se ha mantenido en los primeros
puestos de las causas de mortalidad en menores de cinco años en La Guajira. Por
ejemplo, en el último año, según el Sispro (Sistema Integral de Información de
la Protección Social) han sido atendidos 1.035 niños por desnutrición.
“La bienestarina
ya no se conoce por aquí”
Según María
Dolores Uriana, autoridad de la comunidad del Lejano Oriente ubicada a 35
minutos de Riohacha, la chicha de maíz y arroz mantiene a los niños de todas
las rancherías ubicadas en las zonas rurales de Riohacha, Maicao y Valledupar.
“Aquí se desayuna un vaso de chicha de maíz. A la 1:00 o 2:00 de la tarde si
conseguimos arroz pues comemos arroz, si conseguimos yuca con huevo pues
comemos eso, o espagueti y sopa. Si no hay nada, pues nos ponemos a moler maíz
y hacemos mazamorra. A veces comemos chivo, pero una o dos veces máximo a la
semana”, cuenta y confirma que hay cuatro casos de niños desnutridos en su
comunidad: Leydi Uriana de 1 año, Santica Epiayú de 6 años, Luis Ángel Uriana
de 2 años y William José Uriana de 8 años.
El pediatra
afirma que por desnutrición crónica recibe en el hospital dos o tres niños
mínimo cada semana. “Son niños criados a punta de chicha de maíz o de arroz,
harina y carbohidratos, nada de proteína. De hecho en el personal médico se
presenta la confusión, porque son niños que se ven gorditos pero resulta que
están desnutridos. Esos son los edematosos. Llegan así hinchados por el déficit
de proteínas, magnesio, potasio y aumento de una sustancia que se llama
radicales libres. La segunda clase de desnutridos son los marasmáticos, que son
flacos llegan en puro hueso y piel”, asegura Spencer.
Para la
directora Nacional de Primera Infancia del Icbf, la barranquillera Karen
Abudinén Abuchaibe, hay un tema cultural importante a tener en cuenta frente a
estas poblaciones: “Para ellos es más importante que el abuelo, los papás y los
mayores se alimenten y luego al final alimentar al niño. Ellos además no dejan
salir de las rancherías a los niños cuando tienen desnutrición, a los hospitales.
El Icbf ha sacado a estos niños a la fuerza para llevarlos a los hospitales”,
indicó. Sin embargo, en las comunidades no se ve de igual manera. “Yo primero
despacho a mis niños. No estoy de acuerdo a lo que dice el Icbf, primero están
los niños. Primero tengo que darle la comida a mis hijos, después comemos los
demás. Este año ni tenemos programas del Icbf”, afirma María Dolores, líder del
Lejano Oriente.
Y agregó “en
todo el departamento de La Guajira estamos entregando bienestarina líquida. En
la modalidad familiar estamos dando un mercado alimentario, compuesto por
alimentos no perecederos como arroz, aceite, azúcar, lentejas, leche,
bienestarina. Pero esos paquetes terminan diluyéndose para todos los que viven
en las rancherías, y es muy difícil controlar que fue el niño el que comió, y
no su abuelo, padres, etc”, sostuvo Abudinén.
Francisco
Dearmas, líder en Coushathon asegura que “la bienestarina ya no se conoce allá
yo tengo rato que no veo una por aquí. Anteriormente sí se veía, pero ya no, no
sé dónde se quedará toda esa bienestarina que tanto manda el Gobierno. Porque
por las noticias vemos que el Gobierno pasa muchas partidas para los indígenas,
pero hay mucho avivado que se queda con la mayoría de recursos. Los víveres y
plata ellos se quedan con eso. Es la pura realidad”, denuncia.
“En un año bueno
puede llover dos veces”
Y es que el agua
es el otro gran problema de La Guajira, pues mientras en el centro del país se
le hace el quite a la lluvia, en La Guajira el año es bueno si llueve dos
veces. “Este año no ha llovido, el año pasado llovió en octubre. El maicito que
sembramos el año pasado ya se nos acabó, ya toca comprar el maíz, los frijoles,
la patilla y la auyama, que antes cultivábamos. Y aunque tenemos una alberca y
un molino, no podemos cultivar porque no llueve. En un año bueno puede llover
dos veces, en mayo y octubre. Este año pasó sin lágrimas. Yo nunca he deseado
el agua como este año. No puede escuchar uno un trueno o un sonido, porque cree
uno que va a llover pero sale enseguida y nada, las estrellas se ven, no cae
una gota”, afirma María Dolores.
Francisco
Dearmas, líder en Coushathon afirma que la poca agua que hay es de pésima
calidad, lo que hace que muchos indígenas se enfermen. Así mismo, asegura que
al no haber puestos de salud cercanos muchos indígenas prefieren mejor dejarse
morir. “Los puestos de salud quedan muy lejos. El más cercano queda a 30
minutos en moto. Allá hay un solo médico que hace el pronóstico y lo remite a
uno para Riohacha y ahí se muere uno, porque del puesto de salud a Riohacha
queda a una hora aproximadamente. Y como uno no tiene plata en el hospital lo
ponen a uno a esperar y mucha gente no tiene ni para almorzar, entonces los
wayúu se devuelven para sus casas o prefieren no ir”, agrega Dearmas.
“El año pasado
recibimos dos brigadas y este año apenas han ido una sola vez. Siempre trato de
llevar a mi gente y niños a los hospitales. A ocho kilómetros en Villa Martín
Macho Bayo queda un puesto de salud pero hay una sola enfermera y un médico que
va una sola vez a la semana. Si necesitamos un hospital debemos ir al pueblo y
de ahí coger carro para Riohacha, una hora”, afirma María Dolores, líder del
Lejano Oriente.
Según el
Ministerio de Salud, las comunidades indígenas presentan una alta dispersión
territorial y muchas tienen dificultades para trasladarse a los centros
hospitalarios, ya sea por inexistencia o mal estado de las vías, o transporte
público adicionado a las grandes distancias a sortear. “Muchas de estas
comunidades tienen dificultades para acceder a los centros de salud, lo que
permite inferir que los casos de morbimortalidad y mortalidad en estas zonas
pasan desapercibidos, ya sea porque usan métodos de medicina tradicional o
sencillamente porque no pueden acceder a los centros de salud. De otra parte,
el acceso también se limita por las distancias y costos de transporte en los
que deben incurrir las comunidades”, afirman.
La varicela, la
tuberculosis y la tosferina son otras enfermedades que están matando a los
niños de La Guajira. Por ejemplo, en la comunidad Brasil, ubicada en la vía a
Valledupar hay un recién nacido de 23 días, Alexandre Uriana Pushaina, que ya
presenta cuadros de desnutrición severa. Otro niño de la comunidad Kaitimana
tiene 9 años y pesa lo mismo que uno de 3, confirma Isila Pimienta, líder
wayúu. “El niño llegó con desnutrición y varicela al centro asistencial. Nadie
lo quiso pesar y nos tocó a nosotras pesarlo, pesaba igual que un niño de tres
años”, asegura la líder wayúu, Isila Pimienta.
La corrupción de
los operadores
Karen Abudinén
Abuchaibe, directora de Primera Infancia del Icbf, reconoció que en estas
comunidades hay toda una problemática de corrupción en algunas operadoras que
manejan mal los recursos y hacen que estos terminen en manos de terceros y no
en beneficio de los niños.
“Las autoridades
indígenas quieren manejar sus propios recursos, para atender a los niños y
niñas. Y lo que hemos visto es que hay unas falencias de los operadores que no
cumplen las obligaciones contractuales de esta estrategia. Nos hemos dado
cuenta que los recursos terminan quedándose en manos de terceros y no en
beneficio de los niños. Hay mucha corrupción”, denuncia Abudinén.
Lo mismo piensa
el médico Spencer Martín Rivadeneira. “El Bienestar Familiar encontró que en
los Centros de Desarrollo Infantil falseando los datos. Ya tenían los datos de
julio y agosto. Es mucha la corrupción y los malos manejos que le dan a los
programas de alimentación. Desde que la plata sale de Bogotá esta pellizcada y
cuando llega a La Guajira se la reparten. Hay guajiros que se han robado tanta
plata, que andan en carros último modelo, viven en casas de multimillonarios y
son los que durante años han manejado los programas de nutrición. Y eso todo
mundo lo sabe”, afirma el doctor Rivadeneira.
Y agrega “estos
programas no pueden seguir teñidos por la política, porque los que se están
muriendo son las personas. A mí me toca ese punto final, cuando llega el niño
ya muriéndose, sobre todo a un hospital donde no tenemos nada, que trabajamos
con las manos. Y muchas veces me toca sentarme ahí a esperar que el muchacho se
me muera en las manos. De ver como esa cadena de malas acciones terminaban con
un niño flaco o hinchado, y solo a verlos morir”, concluyó Rivadeneira.
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