Por: José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Los arúspices del choque de trenes, “los divisionistas”, se quedaron con los crespos hechos porque la Corte Constitucional hizo lo que debía y no lo que ellos promovieron y siguen promoviendo: choque de trenes, enfrentamiento entre poderes, un clima mediático de país fracturado, rasgado, como la carátula de SEMANA, que debilite la gobernabilidad del presidente Duque, para pescar en ese río revuelto sus intereses burocráticos y electorales.
Mientras escribía, en el programa de Vicky Dávila la sorna de Benedetti, la suficiencia de Roy y la algarabía de ambos, que reemplaza los argumentos con la confusión y el matoneo, lograban sacar de casillas a la valiente Salud Hernández, que no pontifica grandilocuente desde una curul, sino que asume los riesgos de la denuncia desde los rincones que sufren las secuelas de una negociación que no buscaba paz sino impunidad; que recibieron la herencia maldita de 200 mil hectáreas de coca, el combustible de la violencia y la corrupción.
Que el país está dividido no es un secreto. Afortunadamente nos quedaba democracia para que los colombianos lo expresaran en las urnas durante la campaña que llevó a Iván Duque a la Presidencia, y antes, en octubre de 2016, cuando el mandato popular fue birlado en el plebiscito y se perdió la oportunidad de lograr consensos frente al Acuerdo con las Farc.
El país debe entender quién lo divide. No es el presidente, que invita al consenso a partir de las objeciones. Da grima ver a quienes pelecharon en la burocracia santista, a los asesores de paz bien remunerados y a quienes, estimulados con mermelada, crearon la mentira de los enemigos de la paz, acusar hoy al presidente de revivir la polarización porque cumplió con su deber constitucional, ético y político de declarar inconveniente la impunidad; de declarar inconveniente que alguien siga delinquiendo sin perder beneficios; de declarar inconveniente para el país que la violencia sexual contra menores pueda ser justificada y quede sin castigo.
Es patética la forma como intentan invisibilizar los testimonios de “Rosa Blanca”, a cual más de dramáticos: de niñas secuestradas a guerrilleras, de violaciones y abortos; de mujeres prostituidas para calmar los afanes de los guerreros. Son las víctimas que no fueron a La Habana porque no se sometieron a la burda instrumentación de “los amigos de la paz”; las revictimizadas por la impunidad de la JEP; las que exigen justicia; las invisibles para la comunidad internacional, proclive a justificar lo injustificable en aras de una paz que no aparece.
Los divisionistas que recibieron favores de Santos deberían declararse impedidos para calificar las decisiones presidenciales. Pero no; por el contrario, insisten en la mentira de que el Acuerdo del Colón fue ejemplo de concertación, cuando fue una estafa envuelta en papel regalo. Abusivos, se atreven a aconsejar al presidente: que ya está bien de llorar el plebiscito, que se dedique a gobernar para todos, que para qué se metió en la encrucijada de las objeciones. Como quien dice: que dejemos así..., que vienen las elecciones…, que los proyectos estratégicos…, que la gobernabilidad… Es chantaje político disfrazado de consejo. Se les olvida que hay principios e ideologías que orientan la tarea responsable de gobernar.
Los divisionistas se equivocaron de tren. El choque no era con la Corte, pero sí puede serlo con el Congreso en la Cámara de Representantes, cuyo presidente, “el hombre clave” para SEMANA, después de su intento fallido de enredar a la Corte, hará lo imposible por arrinconar al Gobierno. Valerosa declaración la del ministro de Hacienda en el debate del Plan de Desarrollo: El gobierno no se dejará extorsionar.
@jflafaurie
Los arúspices del choque de trenes, “los divisionistas”, se quedaron con los crespos hechos porque la Corte Constitucional hizo lo que debía y no lo que ellos promovieron y siguen promoviendo: choque de trenes, enfrentamiento entre poderes, un clima mediático de país fracturado, rasgado, como la carátula de SEMANA, que debilite la gobernabilidad del presidente Duque, para pescar en ese río revuelto sus intereses burocráticos y electorales.
Mientras escribía, en el programa de Vicky Dávila la sorna de Benedetti, la suficiencia de Roy y la algarabía de ambos, que reemplaza los argumentos con la confusión y el matoneo, lograban sacar de casillas a la valiente Salud Hernández, que no pontifica grandilocuente desde una curul, sino que asume los riesgos de la denuncia desde los rincones que sufren las secuelas de una negociación que no buscaba paz sino impunidad; que recibieron la herencia maldita de 200 mil hectáreas de coca, el combustible de la violencia y la corrupción.
Que el país está dividido no es un secreto. Afortunadamente nos quedaba democracia para que los colombianos lo expresaran en las urnas durante la campaña que llevó a Iván Duque a la Presidencia, y antes, en octubre de 2016, cuando el mandato popular fue birlado en el plebiscito y se perdió la oportunidad de lograr consensos frente al Acuerdo con las Farc.
El país debe entender quién lo divide. No es el presidente, que invita al consenso a partir de las objeciones. Da grima ver a quienes pelecharon en la burocracia santista, a los asesores de paz bien remunerados y a quienes, estimulados con mermelada, crearon la mentira de los enemigos de la paz, acusar hoy al presidente de revivir la polarización porque cumplió con su deber constitucional, ético y político de declarar inconveniente la impunidad; de declarar inconveniente que alguien siga delinquiendo sin perder beneficios; de declarar inconveniente para el país que la violencia sexual contra menores pueda ser justificada y quede sin castigo.
Es patética la forma como intentan invisibilizar los testimonios de “Rosa Blanca”, a cual más de dramáticos: de niñas secuestradas a guerrilleras, de violaciones y abortos; de mujeres prostituidas para calmar los afanes de los guerreros. Son las víctimas que no fueron a La Habana porque no se sometieron a la burda instrumentación de “los amigos de la paz”; las revictimizadas por la impunidad de la JEP; las que exigen justicia; las invisibles para la comunidad internacional, proclive a justificar lo injustificable en aras de una paz que no aparece.
Los divisionistas que recibieron favores de Santos deberían declararse impedidos para calificar las decisiones presidenciales. Pero no; por el contrario, insisten en la mentira de que el Acuerdo del Colón fue ejemplo de concertación, cuando fue una estafa envuelta en papel regalo. Abusivos, se atreven a aconsejar al presidente: que ya está bien de llorar el plebiscito, que se dedique a gobernar para todos, que para qué se metió en la encrucijada de las objeciones. Como quien dice: que dejemos así..., que vienen las elecciones…, que los proyectos estratégicos…, que la gobernabilidad… Es chantaje político disfrazado de consejo. Se les olvida que hay principios e ideologías que orientan la tarea responsable de gobernar.
Los divisionistas se equivocaron de tren. El choque no era con la Corte, pero sí puede serlo con el Congreso en la Cámara de Representantes, cuyo presidente, “el hombre clave” para SEMANA, después de su intento fallido de enredar a la Corte, hará lo imposible por arrinconar al Gobierno. Valerosa declaración la del ministro de Hacienda en el debate del Plan de Desarrollo: El gobierno no se dejará extorsionar.
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