Por: José Fontalvo De La Hoz
chindo79@hotmail.com
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Los naturales y legítimos propietarios de las tierras americanas son los indígenas. Estos las habitaban y poseían pacíficamente hasta cuando hicieron presencia los invasores europeos, quienes irrumpieron en ellas violentamente, despojándolos de sus pertenencias y convertidos en sus directos servidores. Según la presunción del español, el indígena por ser infiel no tenía derecho a poseer bienes, entre ellos, la tierra que tradicionalmente había morado y laborado para conseguir su sustento alimentario. Los indígenas debían proporcionarle todo. Al comienzo los invasores se preocuparon por asegurar su supervivencia arrebatándoles por el sistema de rancheo los productos agrícolas y otras viandas con las cuales pudiesen mantener en pie esa larga empresa en medio de un mundo ignoto y personas con dificultades para la comunicación. Los colonos sintieron la necesidad de que alguien trabajara por ellos y sustentaron la tesis de convertir a los nativos en sus sirvientes y trabajadores. En este momento el indígena es reducido a la esclavitud por el conquistador, sujeto a los vejámenes más inhumanos de que se tenga noticias.
Desde los inicios del período colonial el imperio español justificó la explotación del indígena por medio de las instituciones socio económicas de la encomienda y la mita con las cuales el nativo comenzó a perder su identidad hasta quedar reducido a lo que lo hoy tristemente representa, unos grupúsculos diseminados en las zonas geográficas áridas y de poca rentabilidad que no producen lo que una persona necesita para su supervivencia. El conquistador en virtud de las capitulaciones o contratos firmados con la corona española se comprometió a tomar todas las tierras descubiertas o por descubrir en nombre de la corona conformando las tierras realengas o de propiedad del imperio español. Los sometidos pierden todos los derechos sobre la tierra con la legislación que justificaba el nuevo estado de cosas donde el aborigen después de ser el sempiterno propietario de estos bienes pierde ese carácter y se convierte en un subyugado del imperio español al concretarse la condición de desposeído y por tanto expuesto a los mas inenarrables tratos. El español se vio en la necesidad de que alguien trabajara para él y por él por desconocimiento de las tierras americanas y otras circunstancias que le imposibilitan la labor agrícola; acudió al sistema del reparto de indígenas para dar origen a la encomienda que era una unidad económica donde el indígena producía lo necesario y suficiente para su sostenimiento, pagaba tributos en especie y en trabajo y, como si fuera poco, debía costear su catequización cancelándole emolumentos al cura doctrinero. Eso no les bastó para saciar sus apetitos de riqueza y poder. Se basaron en algunas costumbres de los indígenas para imponer la mita de diversas modalidades, pero muy en especial la minera que mermó el número de nuestros aborígenes colocándolos al borde de la extinción. La disminución del capital humano indígena hizo cambiar un tanto la política de la corona española al notar que ya no tenían quienes pudieran trabajar para su provecho, y como especie de un semillero productor de abundante y barata mano de obra establecen los resguardos indígenas con la apariencia de protección al nativo. Esa no fue su finalidad. Lo esencial era proteger al indígena no porque lo quisieran en demasía, sino por ser considerado un elemento indispensable en todo el proceso de producción que para esos momentos lo vital era la extracción mineral sin desconocer los otros renglones. Con la instucionalizacion de los resguardos indígenas la corona española quiso resarcirle a nuestros coterráneos parte de las tierras que se les habían arrebatado. Algo así como una reforma agraria que enmendara los perjuicios ocasionados a sus verdaderos propietarios. El régimen de la propiedad sobre la tierra en los tiempos precolombinos fue generalmente comunitario y precisamente la propiedad de la tierra en los resguardos fue comunitaria, no hubo dentro de ellos propietarios particulares. Desde el momento en que las tierras de los resguardos indígenas tuvo la presencia del conquistador, del colono blanco, se desata una lucha frontal para defender lo que le queda del pasado, es decir, el derecho colectivo sobre la propiedad de las tierras que ocupan.
El antropólogo e historiador Juan Friede en su obra: “el indio en lucha por la tierra”, hace un análisis profundo sobre la situación del indígena en el ámbito del macizo colombiano y manifiesta que muchos son los resguardos que han desaparecido sin dejar partida de reparto, otros están en vía de extinción y algunos, muy pocos, luchan desesperadamente aun sin posibilidad de éxitos contra el vecino e invasor blanco que utiliza todos los medios lícitos e ilícitos para penetran en sus tierras, despojarlos de ellas y convertirlos de comuneros independientes en jornaleros, peones asalariados.
Respetando el principio histórico y tradicional, no nos cabe la menor duda que los indígenas están reclamando respeto por lo que les pertenece al ser propietarios centenarios de esos bienes inmuebles. Ojala, no haya oídos sordos para que no desaparezca uno de nuestros referentes étnicos.
Desde los inicios del período colonial el imperio español justificó la explotación del indígena por medio de las instituciones socio económicas de la encomienda y la mita con las cuales el nativo comenzó a perder su identidad hasta quedar reducido a lo que lo hoy tristemente representa, unos grupúsculos diseminados en las zonas geográficas áridas y de poca rentabilidad que no producen lo que una persona necesita para su supervivencia. El conquistador en virtud de las capitulaciones o contratos firmados con la corona española se comprometió a tomar todas las tierras descubiertas o por descubrir en nombre de la corona conformando las tierras realengas o de propiedad del imperio español. Los sometidos pierden todos los derechos sobre la tierra con la legislación que justificaba el nuevo estado de cosas donde el aborigen después de ser el sempiterno propietario de estos bienes pierde ese carácter y se convierte en un subyugado del imperio español al concretarse la condición de desposeído y por tanto expuesto a los mas inenarrables tratos. El español se vio en la necesidad de que alguien trabajara para él y por él por desconocimiento de las tierras americanas y otras circunstancias que le imposibilitan la labor agrícola; acudió al sistema del reparto de indígenas para dar origen a la encomienda que era una unidad económica donde el indígena producía lo necesario y suficiente para su sostenimiento, pagaba tributos en especie y en trabajo y, como si fuera poco, debía costear su catequización cancelándole emolumentos al cura doctrinero. Eso no les bastó para saciar sus apetitos de riqueza y poder. Se basaron en algunas costumbres de los indígenas para imponer la mita de diversas modalidades, pero muy en especial la minera que mermó el número de nuestros aborígenes colocándolos al borde de la extinción. La disminución del capital humano indígena hizo cambiar un tanto la política de la corona española al notar que ya no tenían quienes pudieran trabajar para su provecho, y como especie de un semillero productor de abundante y barata mano de obra establecen los resguardos indígenas con la apariencia de protección al nativo. Esa no fue su finalidad. Lo esencial era proteger al indígena no porque lo quisieran en demasía, sino por ser considerado un elemento indispensable en todo el proceso de producción que para esos momentos lo vital era la extracción mineral sin desconocer los otros renglones. Con la instucionalizacion de los resguardos indígenas la corona española quiso resarcirle a nuestros coterráneos parte de las tierras que se les habían arrebatado. Algo así como una reforma agraria que enmendara los perjuicios ocasionados a sus verdaderos propietarios. El régimen de la propiedad sobre la tierra en los tiempos precolombinos fue generalmente comunitario y precisamente la propiedad de la tierra en los resguardos fue comunitaria, no hubo dentro de ellos propietarios particulares. Desde el momento en que las tierras de los resguardos indígenas tuvo la presencia del conquistador, del colono blanco, se desata una lucha frontal para defender lo que le queda del pasado, es decir, el derecho colectivo sobre la propiedad de las tierras que ocupan.
El antropólogo e historiador Juan Friede en su obra: “el indio en lucha por la tierra”, hace un análisis profundo sobre la situación del indígena en el ámbito del macizo colombiano y manifiesta que muchos son los resguardos que han desaparecido sin dejar partida de reparto, otros están en vía de extinción y algunos, muy pocos, luchan desesperadamente aun sin posibilidad de éxitos contra el vecino e invasor blanco que utiliza todos los medios lícitos e ilícitos para penetran en sus tierras, despojarlos de ellas y convertirlos de comuneros independientes en jornaleros, peones asalariados.
Respetando el principio histórico y tradicional, no nos cabe la menor duda que los indígenas están reclamando respeto por lo que les pertenece al ser propietarios centenarios de esos bienes inmuebles. Ojala, no haya oídos sordos para que no desaparezca uno de nuestros referentes étnicos.
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