En octubre de 2009 viajé a Maicao a cumplir con un contrato de prestación de servicios. El objetivo: describir la forma en que agentes ilegales habían "capturado" al Estado durante los últimos años. El problema: no había un Estado, definido e inmaculado, que capturar.
Por: Tatiana Acevedo. Especial para elespectador.com
Era imposible identificar el momento preciso en que paras, guerrillas o mafiosos “penetraron” unas instituciones específicas, pues la situación en ese departamento era entonces (y aun es) bastante más intrincada.
Mal enunciados puede hablarse de mercados y actividades que el Estado no regulará nunca –contrabando, préstamos informales, coca-; gobiernos municipales con mucho poder de decisión y poca capacidad para resistir la embestida de grandes empresarios legales o ilegales; Rastrojos, Urabeños, Paisas, Águilas Negras y reductos de viejas guerrillas en constante adaptación; partidos que no son sino un aval; actores privados que cumplen funciones estatales, e instituciones públicas que nacen vinculadas a la criminalidad.
Con todo, pese a que las rutas por las que hoy se transporta coca pueden ser las mismas que se usaron en otras épocas para traficar marihuana, whisky o mercancía, no debe pensarse que la historia de la región se mantiene inalterada. El narcotráfico y la ofensiva paramilitar son tan sólo algunos de los fenómenos que transformaron profundamente las relaciones de poder y la vida cotidiana de los habitantes de esta frontera.
En este contexto fue abaleado recientemente en Riohacha el candidato por Cambio Radical a la gobernación, Juan “Kiko” Gómez. El mismo “Kiko” Gómez que ha sido fuertemente cuestionado por supuestos vínculos con el paramilitarismo. El suceso, como cualquier otro que ocurre lejos de las grandes ciudades, no generó demasiadas reacciones. ¿Víctima o victimario? Parecían preguntarse algunos.
Esta, la complejidad de la Guajira, la dificultad de explicarla en términos de cooptación, corrupción, malos y buenos, lleva a que, en vez de interés, despierte cierta apatía o resignación entre activistas y lideres de opinión. También inspira explicaciones del tipo “es una cultura milenaria de la ilegalidad”, “los wayúus siempre han sido violentos e ingobernables”, “ellos tienen su propia ley y se entienden entre ellos”, etc.
La Guajira que todos imaginamos vasta, abierta, indomable, amarilla como su paisaje, y que acaso sea, para desgracia de muchos titulares, ambigua y gris.
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