Susana y sus nietos
Por: Hernán Baquero Bracho.
Todavía consternado no he podido asimilar la partida repentina de la matrona Susana Núñez Villar (la hija de Rosa Irene Núñez y Víctor Villar, quienes hace rato dejaron el mundo terrenal), nos abandonó en la madrugada del viernes 27 de Julio, en el hospital Santo Tomas de Villanueva, donde había llegado sin vida, producto de un infarto fulminante.
Yo diría que dos y con esa fortaleza que la caracterizaba, ella misma ella misma abordó el vehículo y allí se desplomó, a pesar de los ingentes esfuerzos en primeros auxilios que le aplicaron su hija Magalis Peláez Núñez, su nieto Rafael Andrés Peláez Suarez y su madre la enfermera profesional Gloria Suarez Bonilla, quien se portó de manera gallarda de quien fuera por un tiempo su suegra y a quien nunca dejó de quererla y mimarla.
No lo he podido asimilar por su vitalidad y su fortaleza antes las adversidades de la vida que supo llevar y el día anterior estaba de lo más de bien. Yo era uno de sus asiduos contertulios y siempre el tema obligado, era la salud de su hijo Rodolfo, quien se recupera satisfactoriamente después de haberse sometido a trasplante de corazón y riñón en Bucaramanga y que todos lo hemos llamado milagro. Susan, como la trataba con cariño, me manifestaba que ella le había pedido a Dios que se la llevara primero para que su hijo viviera.
Fue la simbiosis que esta madre espectacular vivió con su hijo “el pungui”. Los ojos de ella eran su hijo, los ojos de él, era su madre; como así lo expresó una de sus nietas Andrea Peláez Alvarado, cuando con voz entre cortada reveló todos los sentimientos que sentía por su abuela, en la iglesia Santo Tomas, el sábado 28 de julio ante una parroquia abarrotada de gente durante su sepelio dándole la despedida a la gran matrona villanuevera. Y allí en nombre de toda su familia expresó lo que su abuela ya lo había manifestado en vida: que ella quería irse primero para que su padre viviera. Pareciera ser que el Dios Todopoderoso, la complació, porque las palabras tienen poder y si se ora con un corazón puro y sincero, Dios oye nuestras suplicas y de ahí que Susana muere para que su hijo viva. ¡Qué amor tan puro de una madre, por su hijo, al que quiso tanto, al que tanto amó y tanto extrañó en sus momentos de convalecencia!
Después llegó otro detalle más espeluznante. En el cementerio la despidieron con el mariachi de Villanueva, como ella lo había pedido en vida: “nada es eterno en esta vida…” y luego vinieron cuatro mas, así como en vida su “pungui” del alma le serpenteaba en cada onomástico y fue cuando el lloro y la congoja se apoderaron de todos los presentes, especialmente de sus hijos: la negra o Rosa, inconsolable por la partida de su madre; Rodrigo, acongojado por la tristeza y el dolor, murió el mismo día de su cumpleaños; Álvaro el mayor, con sus hijos Eliana, Álvaro e Iliana, haciéndose el fuerte, pero las lagrimas corrían por su rostro curtido por el sol; Huberlando, también haciéndose el fuerte, pero los sentimientos encontrados pueden más que la fortaleza; Sonia y su hija Hanna, inconsolables; Magalis, ni que decir junto a su esposo Martin Bernier y sus hijos Martin Andrés y Alicia, con un dolor profundo; Andrea y Angie sus nietas con un guayabo y una congoja y sus demás hermanos: Rafael Andrés, Susana, David, Rodolfo Carlos, Rodolfo, Yaneth, Raines, Liliana, entre otros, inconsolables, todos lloraron la partida de su abuela a la que tanto mimaban y consentían y a la que obedecían sin chistar sus regaños y sus consejos, porque así fue Susana, ejercía un liderazgo familiar y vivía pendiente de todo y de todos. Ningún detalle se le escapaba en vida. Sus hermanos Dorismel, “yayo o chibirico”, Wilson y Juan Carlos, lloraron la partida de su entrañable hermana. Ni que decir de su sobrino Luis, quien hacía las veces de su secretario, lloraba incansablemente y el profesor Lobato con 18 años en su residencia como su inquilino, quien ya hace parte de esta familia, enguayabando y nostálgico. Su hijo Jaime residente en Estados Unidos, llegó sobre el filo de las ocho de la noche y allí en la capilla del cementerio, su madre lo esperaba inerte para que él le diera el último adiós y fue el último suspiro de su hijo a su madre, fue un momento imborrable.
Susana se fue con la intranquilidad de que su hijo Rodolfo estaba en cuidados intensivos, a un sitio mejor, donde no hay dolor, ni tristeza, ni melancolía, lo único que allí se siente es paz, una paz celestial y si en vida cumplió a cabalidad con los mandamientos de Dios, la salvación está asegurada. Susana perteneció a la congregación del corazón de Jesús y ellos le dieron la despedida que ella se merecía. Por ello no debemos preocuparnos, porque la gran matrona Susana Núñez a sus 84 años partió a la tierra de nunca jamás y allí su espíritu se encuentra más fortalecido y radiante de felicidad para interferir ante nuestro señor Jesucristo, bendiciones a todos los suyos, especialmente a su hijo “el pungui”, para que se recupere y siempre la recuerde como la madre buena, la madre sacrificada que se fue para el cielo para que su hijo viviera. ¡Dios te bendiga por siempre Susan, por todo lo que dejaste en tu barrio, en tu Villanueva del alma, en sus amigas que fueron muchas y que te dieron tu ultimo adiós con lagrimas en los ojos, te dijeron hasta pronto! Adiós Susan, Dios te pague por tu amistad y tus consejos. Adiós buena amiga.
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