Tomado de la revista Shock |
Jenny Cifuentes @jenny_cifu | Shock.com.co
He ido a muchos conciertos de Silvestre Dangond, pero antes de ninguno había tenido como condición una carrera de obstáculos. Con el precio de los tiquetes Bogotá – Valledupar ida y vuelta en $1.700.000 dos días antes del show el asunto no inicia muy alentador. Para cualquier colombiano es increíble que un tiquete nacional valga esa cantidad, pero es más normal de lo que se imagina la gente, las tarifas para llegar al Festival Vallenato pueden ser de dos millones o más, por eso no era de extrañar que para el lanzamiento del nuevo álbum de Dangond,
con su despliegue mediático, todos quisieran sacar tajada, o hasta todo el pastel. Y si eso fue así faltando dos días, 24 horas antes fue imposible y tiquetes directos, no hubo. Lo dijo Calixto, lo tocó su hijo y lo cantó Silvestre: “Ya no sale un hit por qué será señores?”.
Plan B: volar a Santa Marta en la noche y coger carretera hacia el Valle, -como le dicen los costeños-. Salir de la oficina a las 5 p.m. en un taxi, llegar a casa y en una maleta embutir un jean y todas las camisetas rojas disponibles -porque tampoco desentonar-, el rojo es el color del silvestrismo y había que estar en hermandad parrandera. Por cosas que “suelen suceder” no aterrizamos en Santa Marta sino en Barranquilla, y nos enviaron en bus hacia El Rodadero. Después de la media noche yo pasaba a oscuras por el Puente Pumarejo y me pegaba perfecto la frase de la canción que entona Silvestre en La 9ª Batalla: “Quisiste ser tan viva que al final terminaste siendo boba”.
Viernes 14, de mañanita rumbo a la terminal de Santa Marta. En el radio del taxi sonaba Silvestre y el locutor lo anunciaba así: “Que hablen lo que hablen. Que hablen bien o hablen mal, pero que hablen, aquí está Silvestreeee Dangooond” y soltaba La Difunta, el sencillo del disco. Por fin vía Valledupar, en camioneta underground con el cupo lleno y la sillita auxiliar.
Ya vamos llegando, me voy acercando. Lo primero que veo luego de pasar el aviso de “Bienvenidos a Valledupar”, es un dummy de Silvestre con pinta camuflada y arma en mano. El ayudante dice en tono despectivo: “ese man es un payaso”, una chica le responde: “A él todo le queda bien” y una viejita interviene gritándoles a los dos: “Ese Silvestre dañó la canción de Moralito”. Con el revuelo que se ha dado por sus fotos, el hecho de que varias emisoras locales hayan empezado desde dos días antes del lanzamiento a rodar el disco completo “non stop” en sus sitios web, y de que en la radio suena y resuena, no fue extraño en el trayecto, ser testigo de varias conversaciones del mismo tono en torno al artista.
En las entradas de Valledupar un señor me va mostrando las vallas de Silvestre y Rolando, las que quedaron invictas y las que fueron destruidas al parecer por vándalos y reconstruidas días atrás. Me cuenta a cerca del run run que había, de que diversas personas aseguraban que algunos soldados estaban alquilando sus uniformes en $ 200.000 para el día del lanzamiento. Yo ya había leído el comentario en un par de periódicos del caribe y también sabía por ellos, que la Décima Brigada Blindada del Ejército Nacional, iba a hacer un control respecto a compra y venta de las vestimentas de la institución, y sobre su prohibición a los civiles de usar estas prendas. Aún entre la camioneta andando, veía las calles de Valledupar inundadas por ventas ambulantes de camisetas rojas de todo tipo: las oficiales de La 9ª Batalla, (que después averigüé, valían entre 50 y 100 mil pesos), otras con estampado caseros, diseños y precios para todos los targets. También cachuchas y pantalones camuflados, y la imagen de los músicos tatuada en paraderos, carros y motos. El paisaje era tal como lo leí en un pasacalle: “Valledupar es Territorio Silvestrista”. Llegué.
La caminata según los anuncios arrancaba a las 2:00 p.m., tenía 15 minutos para salir de la terminal de Valledupar, buscar un hotel y salir a encontrarme con Mayolo, editor de la web de Shock. Anestesiada por el sueño pasé por un hotel cualquiera (de cuyo nombre no quiero acordarme, que bauticé Hotel La Pulga) y allí senté mi sede.
Permiso, que voy pa´encima
La cita fue en la casa de Silvestre, nos recibió descalzo, entre familia, amigos, disquera y manager. Desde las 7 de la mañana estaba haciendo entrevistas. Enérgico y divertido veía como sus seguidores lo esperaban afuera y les pedía que se comportaran, para que el evento no tuviera que mudarlo a Barranquilla, decía en forma jocosa. La caravana arrancó desde allí, la música reinaba, La 9ª Batalla tronaba por todo Valledupar y el ambiente predecía: agárrense. Se armó la revolución. En un carro iba montado Silvestre, en otro el acordeonero Rolando Ochoa, y en un tercero los hijitos del cantante. Un ejército silvestrista caminaba bajo las órdenes de sus ídolos. Jóvenes, viejos y niños, de todo había en la marea roja que inundaba las calles.
La multitud eufórica gritaba, cantaba, bailaba. Muchos se agrupaban contra los carros, buscaban autógrafos, querían que los músicos alzaran a sus bebés, que usaran su gorra por un momento, que les firmaran las camisas, los escapularios. Era difícil moverse entre la gente, caótico por instantes. El sol ardía inclemente, y yo me derretía. En el cielo volaba un parapente de La 9ª Batalla, en un tramo los bajos de los picós retumbaban, explotaban los oídos. Alcancé a escuchar unas buenas placas picoteras silvestristas y una pista reguetonera para uno de sus temas. En un momento Silvestre se puso un casco de gladiador, tomó escudo y espada, la gente se emocionó. Los que íbamos juntos, nos perdimos, cada quien hacía su caminata como podía.
El camino era culebrero. El escenario visual en el carro de Silvestre cambiaba cada rato, por momentos sonaron ráfagas simulando metralletas, luego hubo mucho humo, pirotecnia. Lo observé todo el camino saludando a sus seguidores, alentándolos, bailándoles La Ciquitrilla con su paso característico moviendo el hombro, y como él mismo lo dijo orgulloso: “moviendo el jopo”. Lo vi sacando pecho como un gallo bravo, y también, con un poncho puesto, poniendo cara de Diomedes cuando entrecruza los brazos y ladea la cabeza para saludar a su gente.
Yo estaba sola y me metía por donde podía para avanzar y no acabar asfixiada en medio del tumulto, por mi lado pasaban tipos disfrazados de diablos con sombreros vueltiaos, mujeres con las uñas pintadas de camuflado y hasta perros deshidratados asustados por la pólvora. Paré un poco en una vitrina que exhibía un maniquí con un baby doll de encaje camuflado, abrí mi morral y me habían robado la manilla de prensa, la entrada al concierto y unos mini audífonos que recién había comprado. No me di cuenta. A unas muchachas les rasgaron la mochila con una cuchilla y les robaron el celular, para los ladrones la caminata fue papaya puesta. En ese ambiente de locura encontré desde un niño de siete años llorando perdido, hasta un zapato de mujer tirado en la calle. Casi finalizando el trayecto, cansada y aminorada por el sol, me monté al carro de Rolando, 'Erre Ocho', como le dice Silvestre, sus fanáticos lo aclamaban, le pedían fotos, él como siempre cauto, calmado y amable, correspondía. Ochoa también desataba histeria, los seguidores en avalancha sacudían el auto, que en ocasiones parecía que se fuera a caer.
La 9ª Batalla era un aluvión vallenato que no paraba de sonar, hacía bailar y entre el móvil contagiados coreábamos “El que enamore a mi mujer yo le enamoro la de él”, mientras en el carro que nos seguía se asomaban unas pequeñas cabezas, las de los hijos de Silvestre: Luis José 'El Nene', el mayor, aplacado, con el rostro cansado, y Silvestre José ‘El Monaco’, que brincaba con actitud de estrella, altivo y contento, ya conocido por el público por sus apariciones en los conciertos de su papá, y por el famoso “pase del Monaco”, un toque de acordeón que hace Rolando justo en ese tema que cantábamos, Lo Ajeno Se Respeta. La caravana llegó a su fin en la glorieta Pedazo de Acordeón, luego de atravesar buena parte de la ciudad. El silvestrismo cumplió su parte y fiel, se dirigía al lugar del concierto, el Parque de La Leyenda.
La 9ª Batalla
Luego de apelar a la disquera obtuve nuevamente un brazalete mágico y una entrada al show, sin poder ir a descansar al Hotel La Pulga por cuestión de tiempo, alrededor de las 6:40 p.m. arranqué para El Parque, junto a periodistas de diferentes medios y el equipo del sello. Nos recibió el diluvio universal, con rayos y centellas. El cielo se caía, llovía a chuzos. Empapados hasta nuestros sitios más recónditos ingresamos a una sala con música en alto, whisky, comida, y modelos con vestido largo que repartían ponchos. Estábamos optimistas, contentos. Y llovía y llovía. Después de unas horas las sonrisas se transformaron en ojos de sueño, frío, cansancio y preocupación.
Se nos acabaron los temas, ya se notaba la diferencia de los combos que ponían a sobrevivir la euforia con alcohol y los que los que estábamos a palo seco. La lluvia no bajaba la guardia, qué batalla ni qué batalla, ni qué Silvestre ni qué Dangond, parecía dictar. No daba tregua. Si era angustioso para nosotros pensar en el concierto, era inimaginable el sentimiento de los músicos que ya estaban allí, de su staff y de la producción. Pero, por qué no habrán contratado al chamán que impide la lluvia? pensaba yo. La producción de Shakira una vez lo hizo……El público no se movía de El Parque, horas y horas aguantó baldados celestiales, en los últimos minutos, animados con música y por un Dj que gritaba: “Dónde están las mujeres?” y todas esas cosas. Sobre las 10:30 p.m. con el agua un poco menguada el equipo de la disquera nos dio la noticia: el concierto arranca de una, sea como sea.
En un segundo algunos medios terminamos subidos a la tarima, -donde obviamente no debe estar ningún gato que no haga parte del show-, una fila de bailarines hacía su aparición y yo no quería estar allí. Permanecí lo más alejada posible en la esquina donde se ubica el ingeniero de sonido. La audiencia estaba firme. Ahí permanecía atornillado el silvestrismo del alma, que ingresó al parque con boletas pagadas o con las que les dieron por adquirir el disco, algún plan de telefonía móvil, o por comprar su botella de Old Parr. Me bajé hacia el público, y luego vi cómo iban despercudiendo de intrusos la tarima.
El show despegó con una tropa de bailarines marchando, vestidos con pantalón camuflado rojo. Victoriosos hicieron su aparición Silvestre, Rolando y su banda: guitarra, bajo, timbal, trombón, tumbadora, teclado, caja, guacharaca y tres coristas. Con fanfarria de truenos abrieron con La Difunta. “Veo que hoy me quieren más que antes”, dijo Silvestre al finalizar la canción, tras este corte y quizá de manera prematura, pero motivado por la espera y la emoción, el público coreaba: “Se lució Silvestre se lució”. Y se vino la canción de los amantes: En Este Sitio(En El Motel), durante ella, el vocalista bailó un rato con un vaso de whisky puesto en la cabeza.
Las pancartas ondeaban avisos del Silvestrismo de diferentes partes del país. Silvestre hacía cara de gorila, se despelucaba, besaba en la mejilla a Rolando, “lo bautizaba”, sacaba una bandera roja y vociferaba: “No somos políticos, sólo somos música para seguir creyendo”. La 9ª Batalla se inauguraba entre la lluvia, y el fuelle amarillo, azul y rojo de Rolando. El baile de Silvestre peleaba contra el piso empapado, pero él recurría a su “sabrosura tridimensional”. En un momento apareció ‘El Monaco’ en escena, (que no debe tener más de 6 años) con actitud que muchos artistas envidiarían. Con sentimiento el cantante se mandó un a capellazo de Culpa de Los Dos, y avanzado el show saludó al alcalde, después irrumpieron los de Sayco para entregarle un premio.
Luego del protocolo subió de nuevo la temperatura, el fulminante hit pasado A Blanco y Negro tuvo a la audiencia poseída. Silvestre dejó las tripas en la tarima y se fajó un gran concierto. Compartió unos tragos con su fanaticada a pico de botella, se sentó al borde del escenario para cantar más de cerquita a sus seguidores que querían llevárselo con ellos para la casa. La música rebosaba. El final llegó con un bis del track de inicio: La Difunta. Parranda, sudor y lágrimas se sellaron con fuegos artificiales, la ciudad siguió de fiesta hasta el día siguiente, y yo volví a la habitación del hotel donde me esperaba un trío de cucarachas.
desde lo lejos de mi guajira, a medio dia he leido esta pagina me lleno de envidia de querer estar alla, De las cosas que solo noostros sabemos sentir, me lleno de alegria y orgullo lo bien que le fue al primo (aunque no nos conocemos me siento orgullosa como familia)y al final me ha sacado una sonrisa con las mil batallas que le toco a la periodista pasar en el hotel las pulgas. Gracia por escribir tan bien y relajado, son notas que le tibian el dia frio bogotano.
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