Parecía una princesa wayuu. Los asistentes al Congreso de Cirugía Estética y Reconstructiva que se realizó recientemente en Cartagena, estaban sorprendidos al ver a Oneida Epiayú, de 21 años, unajoven morena, pequeña y tímida, ataviada con su manta guajira, y el rostro pintado.
Parecía estar fuera de lugar entre los stand instalados en los pasillos del Hotel Hilton, que ofrecían a la comunidad médica prótesis, fajas y todo lo relacionado con el mundo de la estética. Pero ella, era una ventana sorpresiva y llamativa de la comunidad científica.
Muy pronto, los asistentes sabrían que algo de ella se iría para siempre con cada uno de ellos: los organizadores del Congreso decidieron entregar, en vez de esos maletines estampados con logosdel evento, una mochila a cada uno de los 900 médicos que llegaron a la ciudad.
Oneida, en silencio, exhibía esas hermosas mochilas llenas de color, que se han convertido en una de las piezas artesanales más representativas del país. Era la primera vez que salía de la Guajira y su estadía no pudo ser mejor. Además de esas 900 mochilas que multiplicaban el arte de Oneida, la organización del evento exhibió un stand de artesanías guajiras, que se convirtió en el más visitado por los especialistas que encontraron allí el regalo para compartir con sus seres queridos.
Una infancia frente al telar
Oneida empezó a tejer a los 5 años. Aprendió viendo a su mamá y a su abuela. Primero tejía mochilas pequeñas, manillas, llaveros y más adelante, chinchorros.
Su “especialización” llegó con su primera menstruación. En ese momento, como a toda niña wayuu, le tocó cumplir el rito del encierro. Es un año en que es separada de los miembros de la familia, y sólo puede ser vista por su abuela y su madre. Durante ese tiempo, ellas se encargan de enseñarle valores, comportamiento, los quehaceres del hogar y especialmente a tejer.
Una vez culmina este periodo la abuela y la mamá le avisan al papá la salida de su hija para que se prepare y la presente en sociedad como una señorita (majayut). El papá, entonces, le compra vestiduras nuevas: mantas, collares aretes, e invita a amigos y vecinos a una gran fiesta en donde la majayut da comienzo al baile de la yonna o chichamaya, junto con uno de los jóvenes invitados.
Para Oneida ese año fue importante pues aprendió a perfeccionar el oficio que le gusta, tejer, y por eso no le pareció aburrido.
En su familia todos son artesanos, su mamá trabaja en su ranchería, que queda en el kilómetro 21 de la vía a Maicao y a cuatro horas a pie de la carretera. Allí también están su papá y sus siete hermanos, que ya están aprendiendo el oficio. Los más jóvenes de la familia se entrenan tejiendo las pulseras.
Oneida, que vive en Riohacha con una tía, es la encargada de comprar a su familia los hilos, que consigue en Riohacha, para que elaboren las mochilas y chinchorros.
La elección de las figuras y los colores son al gusto de cada artesano. Una mochila se teje en una semana y en Riohacha, en el puesto que tiene Oneida, en la Avenida Primera, la vende a 45 mil pesos.
Para ella eso es muy poco dinero para todo el tiempo que les toma su elaboración y cree que los alijunas (no indígenas) no aprecian su trabajo, que considera un arte.
No sabe que esas mismas mochilas que hoy lucen las mujeres más elegantes del país, cuestan en los grandes almacenes cerca de 300 mil pesos.
Con lo que vende, dice, le alcanza para “sacar sus cositas” y hasta ahí. Ahora sueña con estudiar una carrera.
Cursó hasta séptimo en un colegio a la salida de Maicao, porque en ese momento en su ranchería no tenían como educarse.
A partir de este año las condiciones de vida en su comunidad han mejorado. Sus hermanos y sus familiares de la ranchería, donde habitan cerca de 40 niños, tienen profesores wayuu que llegan los lunes y regresan a la ciudad los viernes. También tienen un pozo que les instaló el gobierno para surtirse de agua. Antes tenían que caminar varias horas hasta el río para poder conseguirla.
Por eso quiere estudiar, para ayudar a su gente a vivir mejor porque lo que ama hacer, tejer, no le da para vivir mas holgadamente.
Mientras tanto disfrutó de su primera salida de la Guajira. Y se fue feliz de Cartagena. No sólo vendió mochilas a un precio más justo para ella, 70 y 90 mil pesos, sino que conoció la ciudad y el hotel Hilton, que para ella “es lo mejor que tiene Cartagena”. Y los asistentes al congreso se fueron con la memoria de La Guajira en sus mochilas.
Tomado de: http://www.eluniversal.com.co/
إرسال تعليق
Gracias por su comentario