Por: Abel Medina Sierra
Cuando comentamos o hacemos crítica de la música, hacer generalizaciones
no es la manera más apropiada ni objetiva de aproximarnos a esa
manifestación sonora. Cuando tratamos de hacer valoraciones de la
producción musical de uno o una generación de intérpretes, es más pertinente
hilar delgado, se debe resaltar más el detalle que el bulto.
Comentar o investigar la música exige categorías, es decir, se impone la
clasificación de la música ya sea en culta, popular o folclórica, se imponen
etiquetas sobre los géneros, las formas, el público al que se dirige- música
juvenil, religiosa, de gays, campesina, de cantina- entre otros. No es menos
cierto que, esa categorización lleva consigo el riesgo de las exclusiones o las
generalizaciones. Para dar un ejemplo, el mismo nombre de “música
vallenata” da a entender que es un producto del Valle de Upar, cuando en
realidad su comarca germinal es mucho más amplia que dicho valle. En este
caso, esa categoría es excluyente.
Por lo contrario, cuando decimos que un intérprete, digamos, Alfredo
Gutiérrez, es un músico vallenato, estamos generalizando sobre su repertorio,
el cual no solo incluye vallenato sino cumbias, porros, pasebol, paseaito,
guararè, tambora, cumbiòn entre otros.
En lo que respecta a los comentarios y críticas que se hacen sobre el vallenato
contemporáneo o postmoderno, es común que se entre en el terreno de las
generalizaciones. Cuando esto sucede, esos comentarios valorativos y muy
subjetivos, se terminan naturalizando a fuerza de repetirlos sin someterlos
al rigor de la evidencia o la demostración. Nada más propenso a crear mitos
que esta cadena de generalizaciones que se han vuelto tan recurrentes en los
últimos tiempos, en especial desde la emergencia de la generación
denominada Nueva Ola Vallenata.
Para entrar más en detalle, recordemos solo algunas de esas generalizaciones
que entran el campo de las representaciones sociales. Se dice que “los
intérpretes de ahora no tocan vallenato, que la música que hacen es otra
cosa”. Si vamos al detalle disco por disco, podemos darnos cuenta que en una
producción musical de cualquiera de estos intérpretes, ya sea Silvestre
Dangond (con excepción de su última producción), Martín Elías, Pipe Peláez,
Peter Manjarrez. Churo Díaz o el Grupo Kavras, encontramos
mayoritariamente paseos, uno que otro merengue y casi nunca un son o una
puya. Una escucha atenta revela que son vallenatos en todo el sentido
melódico y rítmico. También encontramos canciones que son “otra cosa”, en
algunos casos formas que nacen de las tradicionales como hamaqueos con
canciones como las de Jhon Mindiola u Omar Geles. A veces, también graban
fusiones con otros géneros o merengues, porros o combinaciones. Esto quiere
decir que no se puede generalizar, los nuevos intérpretes SI graban vallenato
y “otra cosa”, como lo hicieron los llamados “tradicionales” también.
Otra generalización ocurre con la generación que les precede. Se suele decir
que “los Zuleta, Oñate, Zabaleta y Villazòn, esos sí graban vallenato auténtico
y tradicional”. Esta también es una verdad a medias, Oñate ha grabado
vallenato pero también fusiones como “Bailando así”, merengues como “El
comisario”, tamboras, cumbiones, porros y nunca se le criticó. Tampoco a los
Zuleta quienes han grabado porros, guaracha, gaita, merengue, chandè,
paseaito, pasebol, merengue entre otros. Ni se diga de Beto Zabaleta con
canciones como “Mundo de melodías”, “Muestra internacional”, “Ritmo de
locuras”, “Entre santo y terrenal” además de muchos potpurrís de varios
géneros tropicales. Villazòn se ha jalado a la gaita, la cumbia, el porro, la
guaracha, el pop latino – acuérdense de “El desafío”-. De modo, que decir que
su repertorio es exclusivamente vallenato tradicional también es una injusta
generalización.
Una tercera generalización es la que expresa que “las fusiones son un invento
de los músicos de la Nueva Ola” En honor a la verdad, eso es una soberana
mentira, aunque bien es cierto que los nuevos intérpretes han exacerbado la
estética del sampler y la hibridez sonora es la marca de este tiempo en la
música, no solo en la vallenata. Pero, desde los 60´s ya Luis Enrique Martínez
preludiaba el vallerengue, Alejo Durán creó fusiones como el guajiporro, y si
algo distinguió a Calixto fue su capacidad para crear formatos híbridos como
el paseaíto. Beto Murgas con arreglos de Beto Villa creó una fusión entre
paseo y chandé en canciones como “Siga la trilla” “Ilustrada”, “La carioca” y
nunca se le criticó como tampoco a Nando Marín por el vallenato arancherado
de canciones como “Los años” y “Lo mismo que siento yo”.
Otro mito asendereado es el que sostiene que “a los jóvenes de ahora, no les
gusta el vallenato tradicional”. La verdad es que hay escenarios en los que
cada formato se impone, en una discoteca se escucha más las Kavras que
Diomedes, pero hay que ir a una cantina, parranda o escuchar lo que la gente
pone en sus reproductores caseros o del carro. Lo que ocurre es que los
jóvenes hoy han categorizado la música, una para bailar y otra para
parrandear. En una fiesta de jóvenes se inicia con la música de moda, la Nueva
Ola porque se presta más para bailar. Cuando llega la madrugada el vallenato
tradicional relega a los nuevos intérpretes. No es que no les guste, es que poco
lo bailan porque hay otro formato del género que es más bailable. Yo, siendo
de la generación del vallenato lírico también preferiría las canciones de John
Mindiola para bailar que las de Rosendo Romero, pero las del segundo serían
mis preferidas para cantarlas, dedicarlas, escucharlas y parrandear.
Como nos hemos podido dar cuenta, solemos incurrir en muchas
generalizaciones que se convierten en verdades a medias y fuente para crear
mitos que nos restan objetividad a la hora de comentar preferencias
musicales.
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