Tomado de: http://www.las2orillas.co
Estas palabras las escuchó Luis Alonso Colmenares frente al féretro; no se resigna porque sigue convencido que a su hijo lo mataron
La última vez que Luis Alonso Colmenares Rodríguez vio a su hijo fue en una banca de la capilla del Aeropuerto El Dorado. Era el 30 de octubre del 2010 y el entonces presidente del Consejo Técnico de la Contaduría Pública del Ministerio de Hacienda viajaba a Santiago de Chile a dictar unas conferencias. Se dieron un abrazo, se dijeron que se querían, que se iban a extrañar. Las siete horas de vuelo las pasó sin presentimientos ni sobresaltos. Al llegar al hotel lo esperaban con una noticia: su hijo Luis Andrés había muerto en circunstancias que nadie podía explicar. Sin cambiarse la ropa fue al aeropuerto y abordó un avión de regreso a Colombia.
Para Oneida Escobar, la madre, las cosas fueron todavía más difíciles. Se había quedado en su casa en el Barrio Quirinal de Bogotá dormida al lado de Jorge, su hijo menor. A las cuatro de la mañana de la madrugada del 31 de octubre de 2010 la despertó una llamada hecha desde el celular de Luis Andrés. Contestó la llamada y era Gonzalo Jiménez, el compañero de su hijo en la universidad de Los Andes y quien lo había recogido, junto con Laura Moreno, para ir a una fiesta de disfraces en donde él estrenaría su traje de Diablo. Gonzalo, con la voz entrecortada, le dijo que no sabían nada de Luis Andrés, que había salido corriendo y había desaparecido en el Caño el Virrey. Sin esperar más Oneida y Jorge tardaron 20 minutos en llegar al sitio. En el CAI del Virrey estaban Gonzalo, Laura y un borracho al que no le entendían nada de lo que le decían. Jorge, desesperado, quería meterse al caño y sacar de allí a su hermano pero no lo dejaron. Casi 12 horas después encontraron muerto a Luis Andrés.
Cuando Luis Alonso regresó al país vio desfilar ante él los rostros de los amigos de su hijo. No entendía nada de lo que le decían. Lo único que quedaba claro es que todo tenía que estar listo para llevarlo a su tierra, Villanueva Guajira, y enterrarlo en suelo wayuu. Colmenares Rodríguez quería continuar con su vida académica que lo había llevado a hacer cuatro especializaciones que lo habían convertido en subcontador general de la República, en asesor del gobierno en temas contables y económicos y en profesor en 12 universidades desperdigadas por todo el país.
Las explicaciones del Fiscal no encajaban para Luis Alonso. Tampoco el dictamen de medicina legal que le encontró una cantidad enorme de alcohol en su organismo lo convencían, mucho menos los relatos de los amigos de Luis Andrés. No podía ser un suicidio, algo que estaba muy lejos de sucederle a un guajiro de 20 años que además estaba feliz estudiando en Los Andes y en donde incluso era monitor de su clase.
Pero lo que más le dolía a Oneida era el silencio de Jessy Quintero, quien fuera la mejor amiga que pudiera tener Luis Andrés. Se la pasaban juntos haciendo los trabajos de la universidad. Los papás de la muchacha lo querían. Oneida, desvelada, la esperaba afuera de Los Andes todos los días para preguntarle qué había pasado pero la muchacha, apenas la veía agachaba la cabeza y no le respondía nada. Las dudas que tenía se le disiparon el día en que se encontró con su hijo en un sueño: “Gorda, no busques más, las respuestas las tengo en mi cuerpo, búscalas”. Fieles a su cultura guajira ordenaron desenterrar el cuerpo. Luis Alonso consultó a un experto en medicina forense para que le diera un concepto sobre la autopsia. Ese mismo día empezaron a salir a la luz errores, omisiones y alteraciones que desvirtuaban la tesis de que el muchacho había caído accidentalmente al Caño del Virrey. Entonces empezó la historia del juicio más mediático en la historia de la justicia colombiana.
Ni siquiera la sentencia emitida el 20 de febrero de 2017 por la juez Paula Astrid Jiménez Monroy en donde quedaron absueltas Jessy Quintero y Laura Moreno, ha podido hacer que Luis Alonso y Oneida cierren el capítulo de la muerte de su hijo. En los siete años de lucha, Colmenares Rodríguez se aferra a lo que él cree son evidencias plausibles del crimen: el día que el Tribunal Superior de Bogotá absolvió a Carlos Cárdenas dejaron en claro que la muerte de Luis Andrés fue producto de un asesinato en el que intervinieron varias personas por los golpes que tiene en todo su cuerpo.
Cuando velaban su cuerpo en el liceo Cervantes él escuchó como Laura Moreno se acercaba al féretro y le decía en susurros, “Perdóname, Luis Andrés, perdóname”. Ha escuchado conversaciones comprometedoras entre Carlos Cárdenas y Laura Moreno. Por eso, a mediados del 2015, se peleó en plena audiencia pública con el radiólogo maxilofacial forense German Aguilar Méndez quien dio pruebas de que la muerte de su hijo había sido accidental. Por eso ya no le habla a los compañeros de su hijo en la universidad de Los Andes, a todos aquellos que lo acompañaron en la última rumba, la que vivió en la madruga del 31 de diciembre del 2015. Por eso se ha granjeado la enemistad de medio país quien cree que sus modales y sus declaraciones frisan la altanería, algo que sus alumnos niegan rotundamente.
Aún con la absolución de Jessy y Laura, Luis Alonso no baja los brazos. Como buen guajiro sabe que la peor lucha es la que no se da.
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