Por: José Joaquín Vence
@kinvence
Culminó el festival Cuna de Acordeones en su versión 44 y empiezan a aparecer los aplausos y cuestionamientos alrededor del que en algún momento fue considerado el segundo festival más importante de música Vallenata de los que se realizan en Colombia.
No soy un experto en el folclor, razón ya más que suficiente para no adentrarme en un terreno que me es totalmente ajeno. Desde hace unos 44 años vengo oyendo que el Festival quedó bueno, si quien lo dice se metió 4 borracheras mientras se desarrollaba dicho evento o que quedó muy malo, si quien lo dice ni siquiera se acercó a la plaza principal o simplemente no salió de su casa durante esos 4 días; lo cierto es que ese concepto debería obedecer a un análisis más profundo, menos subjetivo, que obedezca a cifras, estadísticas y resultados tangibles. Por todo lo anterior, no pretendo establecer, desde mi óptica personal, si este festival ha sido bueno, regular o malo.
Quiero, en este espacio, ocuparme de algo que he podido ir observando desde los últimos años, no sólo en Cuna de Acordeones, sino en casi todos los festivales de música Vallenata que se realizan por esta comarca. Me refiero a la temática de las canciones inéditas que se presentan en esos escenarios y que se han vuelto, en su gran mayoría, en una "colcha de retazos" de frases de cajón extraídas de las redes sociales y que abundan por doquier, ya sea para mostrar o despertar el altruismo, la solidaridad, el convivir en paz y armonía con nuestros semejantes.
Atrás parecen haber quedado esas épocas en que las nuevas canciones nos hacían estremecer hasta lo más recóndito de nuestras fibras. Sólo bastaba oír una primera estrofa, para saber que estábamos ante una verdadera joya poética, donde se resaltaba al pueblo, a la esquiva enamorada, a los ríos, al entorno, al paradisíaco paisaje que nos rodea.
Yo estoy entre los que añora la lírica de un Rosendo, el talento de un Ponchito, la brillantez de un Gustavo Gutiérrez, las odas del inmortal Octavio Daza, la pueblerina picardía de Rafa Manjarrez, al provinciano Roberto Calderon, en fin, aquí podría pasar horas y horas mencionando a la multitud de poetas que hasta hace muy poco se contaban por cientos. Sí, algunos dirán que aquellos son inigualables y que estoy exigiendo demasiado a los actuales y no les faltará razón. Otros tantos dirán que todo ha cambiado, algo que no pienso discutir, pero ¿tan radical fue el cambio que hasta las musas desaparecieron?
Que quede claro que no me refiero a nadie en especial, a ninguna canción como tal, pero si oyen las 20 canciones preseleccionadas en el Cuna que recién terminó, no menos de 5 se alejan de esa (ojalá pasajera) tendencia de agarrar frases trilladas y ponerles algo de melodía. Tan mal estamos en ese ámbito, que cuando terminan su presentación, solo son aclamados por su prefabricada barra de familiares y amigos cercanos. Es que no logran emocionar a nadie más. Vaya épocas aquellas, cuando de manera espontánea y alegre, los poetas lograban arrancar aplausos y vítores a un público que extasiado los aclamaba por la poesía que les brotaba de manera natural.
Los invito a que vayan a cualquier concurso de esos en cualquier festival de la región y verán cuántas canciones encajan en lo que estoy diciendo.
No hay que ser adivino para saber que con la agonía de la poesía, está también en riesgo el Vallenato mismo.
Pueda ser y resurjan esos compositores que busquen nuevamente enamorarnos y por qué no, enamorar con sus canciones, que logren, nuevamente, estremecernos con su narrativa parroquiana, que se sientan que es poesía para el paladar de los románticos y no insípidas y vacías frases que parecieran hechas con la mera intención de ganar el concurso del momento.
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